PRÓLOGO

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Cerré la puerta de la oficina soltando un largo suspiro. Miré una vez más el reloj de pulsera aún sabiendo ya qué hora era, ya que había echado un vistazo apenas unos segundos antes. No podía creerme que ya fueran las once de la noche. No me cabía duda alguna de que mi madre iba a prohibirme la entrada a la casa por esas horas.

-¿Todavía sigues aquí? -me sorprendió Amanda. Tras recomponerme del pequeño susto que me había dado, le dediqué una sonrisa bastante cansada.

-Si. Robert me ha mandado buscar información para el caso contra la empresa... de cuyo nombre ahora no me acuerdo... -me froté la sien durante unos segundos. Tanto tiempo sin parar y con la vista fija en una pantalla no me sentaba nada bien.

-Si. Sé de qué me hablas. He escuchado algo por los pasillos -volvió a colocarse los auriculares y se despidió con un ademán de la mano.

Amanda era la limpiadora del turno de noche. Ya me había encontrado varias veces con ella, debido a mis desesperantes horarios que se estiraban a las tantas de la noche. Es más, el último mes había coincidido varias veces con ella.

Salí del edificio deseando poder aparecer de repente en mi cama, porque la pereza me mataba al pensar que todavía tenía que coger el coche, pasar media hora cruzando como un rayo de luz la autovía y llegar a mi casa. Una vez allí, no tendría más remedio que aguantar las incesantes preguntas de mi madre de por qué llegaba a esas horas.

Al quinto día (hacía cosa de un mes) de estar llegando a casa a medianoche, pensé que mi madre pillaría la indirecta de que me ha tocado tener un jefe bastante idiota que me obligaba a quedarme pringando sola en la oficina.

Intenté ver el lado positivo de aquella situación. Después de varias vueltas, me di cuenta de que sólo había una: la cero aglomeración de vehículos en la autovía. Era toda, toda para mí. Excepto algún par de coches que, por las eses que algunos iban trazando, supuse que estaban siendo conducidos por un joven que habría bebido más de la cuenta.

Di un leve golpe al volante. ¿"Joven"? Llevaba tanto tiempo sin salir ni hacer nada típico de una chica de 20 años que me estaba volviendo una vieja aburrida. Huelga decir que el pasar la mayor parte del día con adultos y sin contacto verbal o físico con ninguna persona de tu misma quinta, no ayudaba mucho.

Encendí la radio para distraerme y mantenerme despierta, pero no tardé mucho en volver a apagarla. Un molesto pitido me llevó a mirar a la lucecita que dibujaba un dispensador de gasolina. Mierda. Tenía el nivel de gasolina casi al cero.

Mientras que agradecía internamente encontrarme cerca de una gasolinera donde poder repostar, me propuse ir ese próximo fin de semana a ver un coche. Ese ya estaba en las últimas, y uno de sus puntos negativos era que no avisaba con tiempo de antelación la necesidad de llenar de nuevo el depósito.

Pisé el freno y fue rápida a meter la pistola en el agujero lateral de mi coche. Mi pie no paraba de dar pequeños golpecitos sobre el asfalto. Sentía la necesidad de marcharme de allí. Refugiarme entre las sábanas de mi cama.

A pesar de que la gasolinera se encontraba rodeada por farolas, no presiagaba nada bueno el hecho de ser la única persona presente en aquel lugar tan apartado de los residenciales. Ni siquiera había ninguna persona para encargarse de cobrar. Se pagaba a máquina.

Me apresuré a meter la tarjeta justo cuando un coche se paró al lado del mío. Eché un vistazo rápido. Mi pequeño coche escarabajo parecía una pulga comparado con el Mercedes aparcado al lado. En el momento en que una persona se bajó de él, aparté los ojos de inmediato.

Ahogué un "gracias" cuando vi que la operación había finalizado. Saqué las llaves del bolsillo trasero, pero no terminé de hacerlo debido a que me quedé en estado de shock. El mismo hombre que se había apeado del lujoso vehículo se encontraba apoyado en la puerta del piloto de mi escarabajo.

-Eh... Buenas noches. ¿Necesita algo? -lo observé. Aparentaba unos cuarenta años. Su apariencia daba bastante mal rollo, sobre todo porque llevaba gafas de sol siendo las doce de la noche. Eso sí, iba impoluto con un traje gris.

-La verdad es que si -se enderezó- Y creo que podrías serme de gran ayuda -la sonrisa que mostró no me transmitió mucha confianza.

-Sinceramente, me encantaría ayudarle, pero debo irme ya. Es tarde y... -observé a través del reflejo del cristal de una de las puertas de mi turismo de que otro hombre que no había visto antes se encontraba detrás mía.

-Me temo que no vas a poder irte -chasqueó la lengua- Porque lo que necesitamos eres tú -me señaló con el dedo.

-Esto... -no pintaba nada bien. No podía hacer nada para huir de allí. A pie iba a ser algo imposible teniendo en cuenta que los residenciales a dónde me dirigía se encontraba a un cuarto de hora en coche y la ciudad otros quince.

-Tranquila, joven -el hombre de detrás mía colocó un pañuelo en mi boca haciéndome caer en el más profundo de los sueños.

AULLIDO AL AMOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora