Segunda parte: él

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Al tocar la tierra firme, su aspecto tomó forma de una bella joven, de piel algo más rosada, aunque continuaba conservando su largo y oscuro cabello. Su vestido también había cambiado su color, a un blanco inmaculado.

Ella caminó incómodamente hacia el anfiteatro; no estaba acostumbrada a andar por suelo mortal, sin embargo estaba haciendo un esfuerzo por un fin que ni siquiera ella concebía.

Se aproximó lo suficiente para ver al joven gladiador observando su espada de hierro con actitud ausente. Nyx permaneció unos instantes inmóvil. No estaba segura de cómo era la mentalidad mortal o las reacciones que tomarían en una determinada circunstancia, pero aun así consiguió que su voz no pareciera un tímido murmullo.

—Fuiste valiente.

El joven salió de su ensimismamiento y la miró. Nyx no estuvo anteriormente tan cerca como para observar sus rasgos: tez bronceada, suaves ojos oscuros, y una cicatriz que surcaba su sien derecha hasta casi acariciar el pómulo.

—¿Ha visto la lucha? —Su voz era suave y estaba llena de energía, aunque su mirada reflejaba más bien cansancio y tristeza.

Nyx asintió. Era extraño comportarse como un ser inferior al que ella era, sin embargo tenía mucha curiosidad sobre por qué él le llamaba tanto la atención.

—Hice el ridículo delante de todas esas personas —comentó él, sacudiendo suavemente la cabeza, con la mirada en el suelo—. Me siento despreciable.

—No tienes por qué sentirte de esa manera —respondió Nyx rápidamente, y después sus mejillas se tiñeron de un color más vivo—, salvaste a ese hombre, debes estar orgulloso de ello.

Él dejó escapar una carcajada con desgana.

—Soy un hijo de Grecia capturado y adiestrado para matar. Yo no elegí esto, pero es lo único que me permite sobrevivir, sonará irónico. Mi vida es y será la lucha, hasta el final de mis días, sea o no asesinado en mi labor. Y mi reputación está siempre en juego. Nadie aprecia a un gladiador cobarde...

—Yo lo aprecio, y no eres un cobarde. Hiciste bien, aunque ahora no lo entiendas.

Él abrió los ojos con sorpresa, sin saber qué contestar a esas palabras. Permaneció unos instantes mirándola a los ojos, y Nyx apartó la mirada, incómoda. Finalmente, él habló.

—Mi nombre es Kiros.

Nyx supo que debía responder con su nombre, pero no estaba segura de revelarle el verdadero.

—Yo soy... Chrysa.

Kiros sonrió, y fue una sonrisa alegre y sincera.

—¡Kiros, muchacho!

El aludido se giró hacia la dirección del grito. Un hombre de mediana edad recortaba distancias a paso acelerado, con la espada que el joven anteriormente había arrojado a la arena del anfiteatro. Era el maestro de Kiros.

—Creo que me debes una explicación —aseguró el hombre cuando llegó a su lado. La luz de las antorchas revelaron un rostro serio a la vez que preocupado.

El joven gladiador comenzó a ponerse nervioso.

—Chrysa... —llamó, disculpándose, pero se sorprendió al no hallarla cerca. Paseó la mirada por el horizonte, sin encontrar rastro suyo, y la oscuridad a lo lejos tampoco ayudaba demasiado.

—¿Chrysa? ¿Quién...? —preguntó el lanista, pero negó rápidamente la cabeza, cortando de golpe la explicación de Kiros sobre la joven—. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos: te han dado una segunda oportunidad en la arena. Mañana mismo lucharás contra Adites en honor a los Olímpicos, ¡en el mismo Coliseo! Es un buen contrincante, y aguardo que no hagas la misma tontería de hoy.

Kiros abrió la boca, sorprendido. ¿Adites? Ese hombre había terminado con la vida de muchos como él, incluso mejores. Era un auténtico espartano. Y se sabía que los espartanos eran los más experimentados gladiadores.

Sin embargo, Kiros no mostró síntomas de terror. Todos los luchadores como él sabían a lo que se atenían.

***

Nyx decidió volver al día siguiente al lugar donde dejó al joven gladiador con su maestro. No sabía por qué le resultaba necesario, pero quería disculparse por desaparecer. De alguna manera, le resultaba grata la compañía del luchador. Todavía mantenía el aspecto de una joven romana, por lo que podía pasear por allí cerca sin llamar demasiado la atención.

El anfiteatro estaba vacío. Nyx se internó el en lugar donde le encontró la última vez, observando su armadura, pensando en un combate que nunca llegó a ser como él hubiera esperado.

Pero no había nadie allí.

Nyx se sentó en una de las grandes piedras pulidas sobresalientes, dispuesta a esperar. Muchos no podrían creerse que una poderosa diosa como ella estuviera aguardando la llegada de un mortal. Nunca podría imaginarse una ofensa semejante.

Pero para Nyx no era una ofensa.

—Perdone, ¿necesita algo?

El hombre que acababa de hablar, reconoció Nyx, era el mismo que observó ayer luchando contra Kiros, al que él salvó la vida. Estaba notablemente recuperado: la brecha que recibió en la frente había dejado de sangrar y los golpes que había recibido no le molestaban al moverse.

—Sí... —Nyx se levantó—. ¿Puede decirme dónde se encuentra el gladiador Kiros?

—¿No se os dijo —preguntó el hombre— que Kiros fue enviado a luchar al Coliseo contra Adites?

—¿Adites? —Preguntó la diosa. Aguardaba con todo su corazón que Kiros pudiera ganar al luchador rival.

—El campeón de los dioses —respondió, bajando la mirada—. Joven dama, Adites es un experto guerrero. Temo por la vida de Kiros y siento no poder hacer nada para evitarlo. Yo...

Pero la diosa ya no le escuchaba. Dio la espalda al gladiador y comenzó a andar hacia el eterno símbolo de Roma, hacia su guerrero.

Diosa condenada (Concurso de Mitología) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora