Impacto

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Era una mañana cualquiera, puede que un martes o un miércoles, es lo de menos. Anthony iba conduciendo su antiguo coche en dirección a la facultad de ingeniería biomédica, no le había sido difícil acceder a la carrera, siempre se le dio bien estudiar. Sus libros, sus verdaderos amigos, nunca le fallaron esos autores que solamente dejaron escrita la información que él devoraba. Poca distancia lo separaba ya de su destino cuando nota un hormigueo, una sensación algo desagradable, la intuición de que algo iba a ocurrir… algo importante.

Aparca el coche, sube las escaleras y aparece en un largo vestíbulo en forma de corredor con ventanales a su derecha que dan a un patio exterior donde se encontraba un jardín cercano a la facultad. En el vestíbulo estaban el resto de universitarios hablando entre ellos, voces chillonas y graves se disputaban el protagonismo de sus ajetreadas conversaciones. Mientras, la voz de Anthony no se oye, no quiere hablar, pocas veces había mostrado interés en ser sociable.

Tampoco llamaba demasiado la atención, como casi todos sus compañeros tiene el pelo castaño y liso, aunque él lo deja hasta la altura del mentón, siendo casi su único rasgo destacable. Sus ojos almendrados estaban desconectados del mundo y solamente vigilantes de que no acabase golpeado contra algo o alguien. Siendo delgado y de estatura media, pasaba desapercibido con su sudadera gris y sus vaqueros anchos.

Siendo tan reservado y poco sociable, muchos se preguntaban por qué escogió la medicina, la causa no era otra mayor que la del sentimiento de lástima que se despertaba en el cada vez que veía el sufrimiento, a pesar de no querer relacionarse, sentía que debía ayudar de alguna manera.

Ya sonaba la sirena cuando esa sensación volvió a sacudirlo, esa incertidumbre que se apoderó de su cabeza e hizo que mirase por el ventanal del corredor. Entonces su cara fría y seria se tornó en una mueca de asombro ante lo que sus ojos le contaban, una bola envuelta en llamas del tamaño de un coche familiar se aproximaba a gran velocidad hacia la facultad. Otros estudiantes se acercaron para comprobar que observaba Anthony tan asombrado, quedando ellos petrificados ante la imagen del meteoro aproximándose. Tras unos cálculos mentales, a voz de pronto Anthony intuyó que la bola de fuego caería en el jardín, no había tiempo que perder, todos debían entrar en la clase y ponerse a salvo. Anthony puso todo su empeño en dirigir a todos hacia la clase, entre histerias y confusión, la gente se apresuraba a entrar en la sala. Cuando pensó que todos estaban dentro e iba a cerrar la puerta se escucha una voz de uno de sus compañeros junto con un dedo que señalaba hacia afuera del habitáculo.

-¡Aún queda alguien fuera!-

Anthony se gira y mira a una chica que quedó embobada en el ventanal observando el meteoro acercándose imparable. Corriendo como a quien persigue el diablo, Anthony agarra a la muchacha y la mete dentro del aula…pero es demasiado tarde para que Anthony entre. En el mismo instante en que entra la chica, el meteoro impacta violentamente en el jardín, generando una honda de choque brutal que tritura los ventanales. La onda expansiva estrella a Anthony contra la puerta del aula al tiempo que es ametrallado por una serie de fragmentos que salen despedidos del meteoro. La estructura del vestíbulo temblaba por la sacudida y algunas luces cayeron al suelo, Anthony, en el suelo intentando incorporarse pierde el conocimiento por el dolor y la sangre perdida por las diversas heridas de la metralla.

Todo está negro, nada se puede ver, Anthony escucha algunos sonidos parecidos a voces, gritos, todos distorsionados en su cabeza, no se entienden. Intenta abrir los párpados pero es en vano. Pesan demasiado, pero no puede resistir el intento de confirmar que no está muerto, quiere vivir, no ha nacido para no cumplir su meta. Lo intenta una vez más y logra levantarlos un poco, puede distinguir unos borrones blanquecinos a su alrededor, los técnicos de urgencias seguramente, intenta mover la cabeza para ver cómo se encuentra pero solamente puede ver su mano ensangrentada y unos pequeños brillos violáceos en su torso. Los técnicos le hacen preguntas pero no las entiende y, una vez más, por el esfuerzo se desmalla, dejándose ir por el cansancio. Solamente un pensamiento resuena en su cabeza, una idea simple pero incansable.

“No quiero morir…aún no”

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