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Todo estaba en silencio, las horas pasaban y Aristóteles no daba rastro alguno, había ido a trabajar después de una discusión con su pareja, cada minuto que la manecilla marcaba sólo le daba más ansiedad, cosa que no soportaba, simplemente no.

Frotó sus manos en su ya, algo sudoroso rostro, estaba sentado en la orilla de aquella cama que compartía con él, con su Ari, no aguanto más, las ansias eran cada vez más fuertes en su débil pecho.

Se levantó dispuesto a ir por él, no estarían peleados para siempre, tomo las llaves del auto, bajo las pocas escaleras que daban a la puerta, salió, subió al vehículo y lo arrancó, agradecía que el trabajo estuviese cerca. Después de pasar varios semáforos, calles, llegó al gran edificio que era iluminado por la luz de la luna.

Aparcó el vehículo rojo vino en las puertas de aquel edificio, bajo lo más rápido que pudo, con paso rápido entro a las instalaciones, una de las señoritas que atendía miro al menor buscar desesperado. Se acercó a ella, la miró con algo de alivio.

-Buenas noches señorita, busco a Aristóteles Córcega.- habló algo rápido, pues su preocupación era mayor.

La mujer asintió para comenzar a teclear algo en su computadora de una manera algo rápida, después de unos segundos está miro al castaño con algo de confusión.

-El señor Aristóteles ya no está, estuvo aquí hace una hora, no checo su salida.

Los nervios y la preocupación incrementaron en el menor quien agradeció, salió corriendo para subirse al auto, su mano temblaba en el volante, buscó en su bolsillo su teléfono, marcó el número de Ari quien no contesto.

Más y más eran las llamadas que el preocupado castaño hacía, ninguna siendo contestado por el pelinegro, encendio nuevamente el vehículo para conducir sin rumbo alguno, veía por su ventana a cada persona, con la esperanza de encontrarlo.

Dio unas cuantas vueltas al parque, sólo visualizaba a parejas en las bancas abrazándose debido al frío de la noche, cosa que no lo ponía de lo mejor, desvío su camino hacia los departamentos donde solían vivir. Al llegar, frenó su auto frente a la ventana donde una vez le llevo serenata.

Aquella estaba apagada, de hecho, nadie le habitaba, busco en el patio con la mirada, sin éxito alguno, se fue de los departamentos volviendo al parque por última vez. Nada, cerró los ojos con fuerza sintiendo lágrimas, nada iba bien.

Unas horas atrás.
Narra Cuauhtémoc.

Estaba juntado los platos después de que termine de comer con Ari, lo dejé en el fregadero, esa tarde yo haría los deberes, pues sabía que él ya estaba cansado después de tanto trabajo, cuando termine en la cocina fuí a nuestra recámara donde encontré a mi novio ordenando algunas cosas.

Él estaba moviendo sus manos de manera rápida, algo que me dejó aturdido y, a la vez me preocupo, me acerqué a él rodeándolo por su cintura, recargue mi sien en su espalda que subía y bajaba debido a su algo acelerada respiración.

No sé en qué momento dejo de estar en mi brazos, pues ahora Ari seguía buscando en el librero, me crucé de brazos no molesto, era lo que menos podía hacer en aquellos momentos, sabía que las cosas no estaban bien, pero me molestó que no quisiera decirme.

Sabía que contaba conmigo, me senté en la orilla de nuestra cama, saqué mi móvil queriendo olvidar su raro comportamiento, se movía de aquí a allá, pero no le presté atención.

Cuando ya me había casado la vista dejé mi celular en la mesa de noche, miré la habitación para encontrar a Aristóteles quien no estaba, me levanté para bajar al primer piso, mirando como seguía con su misma rapidez.

Llórame en silencio. AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora