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La atención de Tadeo recae sobre su mano, la cual está siendo envuelta por la de su papá, de tal manera que parecía ser succionada por los dedos del adulto, aunque así fue como su mente se lo imaginó.

Por esa cadena de pensamientos, una sonrisa apareció apenas la curiosidad de comprobar si se podía librar de dicho agarre le atravesó.

No obstante, antes de siquiera poner a prueba aquella idea, su atención se enganchó en el llamativo cartel gigante con números igual de enormes y colores llamativos que lograron su objetivo cuando no pudo quitarle la vista encima con facilidad, puesto que promocionan una oferta difícil de resistir.

Debajo de aquel cartel, se encontraban ordenados ordenados varios paquetes de confites salados, como las papas fritas, el maní y los deditos de quesos, con ganas de comer de todo eso, quiso ir y agarrar tantas bolsas pudiera, pero el pensamiento se detuvo tan pronto la voz de su papá resonó.

—Solo vinimos para rellenar la despensa, otro día, ¿si? —habla, acariciándole la mano con el pulgar, sin detener la caminata y el empuje del carro al que previamente había desistido de subirse, porque justamente pensó que negociar con papá sería más fácil si podía tomar las cosas por su cuenta, pero no era divertido si no conseguía algo de su gusto.

Su mal humor se extendió cuando pasaron de largo, y casi pudo sentir el característico olor a queso y el sabor en su boca, aquellas ilusiones se esfumaron apenas el chirriante sonido de las ruedas girando sonaron, dejando atrás la parte más entretenida según él, lo que era triste puesto que apenas acaban de llegar y ya quiere irse.

Marlen lo notó en su caminar lento y un tanto tortuoso, así que, después de terminar el recorrido usual, decidió retornar al pasillo donde se encuentran las galletas además de las golosinas, algo que ambos saben, por eso el menor aceleró el paso hasta el final, logrando sacarle un quejido al adulto por lo brusco de su actuar y haberse separado. 

—Ay, ya te he dicho que no hagas eso —murmura en un jadeo, dejando que el carro se deslice para así atrapar la mano del chico en cuanto pudo, asegurándose de hacer un agarre más firme que el anterior—. Solo tomaremos una galleta, puedes escoger la que quieras —ofrece manteniéndose agachado en su posición mientras espera a que su hijo elija, sin quitarle la mirada de encima, pudiendo apreciar ese ceño frunciéndose.

—No quiero ninguna —susurra, cruzándose de brazos y dándole la espalda en un accionar resentido que le hizo suspirar.

—¿Por qué no? —le pregunta, su voz siendo apaciguada cuando una pareja joven pasó cerca de ellos, conversando entre sí y desconcentrando a medias su atención, perdiéndose esa mueca quejumbrosa de su hijo.

—Porque no quiero solo galletas, quiero deditos de queso.

—Bebé, pero... —suspira, buscando las palabras adecuadas para apaciguar el ánimo del contrario, a su vez, tampoco quiso ceder—. Ya dije que no llevaríamos de eso, ¿qué tal si llevas dos paquetes de galletas?

—¡No!, Quiero ambas cosas —reclama remarcando un paso con el pie, molesto por la insistencia del adulto en dejar atrás su deseo.

—Cariño... —le llama con el mismo tono, sus labios intentando permanecer curvados a pesar del rechazo corporal que su hijo le demuestra al girarse.

—¡Es lo que quiero!

—Amor, por favor... —suplica, no sabiendo qué más decir para negociar, ya que tampoco quería seguir alimentando ese mal humor, pero tampoco sabía apaciguarlo en su totalidad—. Es una buena oferta, ¿no?, Dos paquetes de galletitas.

—¡Pero no quiero eso! —protesta, su entrecejo frunciéndose mientras sus ojos se llenan de lágrimas, anunciando el inminente llanto que alertó al mayor y aumentó ese nerviosismo usual—. ¡Nunca me das nada de lo que quiero!

«¡Compro papá!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora