No era cualquier despedida, era la despedida de casada mejor organizada de la que Bristol alguna vez fue testigo. Postres, luces, bailarines, música, nada faltaba. La decoración del Empire, un club cercano al puente colgante de Clifton, destacaba por su alegría brasilera y diversión cosmopolita.
Ni Nathan, ni John, habían sido invitados.
—¡Owww, quiere saber qué haces, Rachel! —Luz me gritó en el oído, haciéndome señas hacia su teléfono, desde donde probablemente estaría hablando con John, el interlocutor de Nathan—. ¡¿Qué le digo?!
—¡Que esto es trabajo, no placer! —le grité de vuelta, abotonando un botón más de mi gigantesco abrigo hecho para mi gigantesco cuerpo—. ¡Iré a evaluar la mesa de aperitivos!
Luz asintió con sus rebeldes y naturales rizos dorados y siguió con la conversación. Caminé a través de las amigas de Natalie y los bailarines que se contrataron, luchando por pasar entre los cuerpos de jóvenes, treintañeras y maduras. Llegué a la mesa ovalada, con sudor empañando mi frente pese al frío de la noche que entraba por la abertura de las puertas corredizas que daban a los balcones, y verifiqué que cada bandeja estuviese llena. Cuando fue evidente que la gente de la cocina y del servicio hacía muy bien su trabajo, tomé un platito.
Estaba comiendo un canapé, ya iba por la mitad de él, al momento en el que un par de manos se instalaron en mi cintura y me empujaron. Nerviosa, negué hacía el muchacho de piel oscura y abdomen de infarto. En el sobresalto por poco se me caía el plato, así que lo apreté más y decidí escapar del alboroto, filtrándome entre las cortinas ondeantes.
La vista hacía el río Avon era hermosa, pero nada comparable con la que se podía disfrutar a unos metros de mi propio hogar. La verdad era que mi labor cómo organizadora estaba más que terminado y que ya me podía marchar, pero Natalie, quien parecía disfrutar en mi ausencia según sus gritos de felicidad, me retenía.
Tenía que aguantar, incluso si para ello tuviera que engordar y aunque lo único que pudiera recordar fuese la vista. Terminé con mi merienda nocturna y me concentré en el susurro de la corriente del agua. Tan calmada...
Su hombro se sentía duro y cálido bajo mi mejilla, suave. Familiar. Me acurruqué contra su pecho y me refugié en sus brazos. Su olor, tan varonil, llenó mi nariz. No tenía hambre, ni sed, solo sueño y deseos de seguir descansando sobre aquel colchón tan particular. Era muy confortable, lo sentí moverse conmigo y llevarme a algún sitio desconocido. Boqueé en un intento por pedir direcciones, pero mi cansancio era mayor y solo logré emitir balbuceos. Me dejé ganar, no me sobresalté hasta que mi captor me dejó en superficie fría pero lisa, acolchada y suave.
—Cariño...¿quieres que te lleve a casa?
Solté un pequeño gemido en protesta cuando levantaron mi cabeza. Me encorvé al tenerla sobre el muslo de Nathan, mi almohada. El mundo se volvió a mover bajo de mí mientras el auto nos llevaba de vuelta. Ronroneé al tener sus dedos enredados en mi cabello, juguetones y tiernos.
—Rachel, no...—Volví a ronronear cómo un felino y se estremeció—. No es que no me guste, lo amo. —Bajó la voz y me negó sus caricias—. Pero trata de hacer esos sonidos cuando estemos a solas, o al menos, cuando podamos conseguir estarlo de inmediato. Me pones... incomodo, amor. No de la mala manera, sí de la que no puedo controlar.
Maliciosamente y pensando en vengarme por arrebatarme sus mimos, solté un teatral gemido. Gruñó.
—¡Maldición! ¿Qué hacen allá atrás? —Luché por incorporarme, roja cómo si un petardo hubiera estallado frente a mi cara. John había apartado sus ojos de la carretera para vernos y encontrarnos en una posición comprometedora, pues mi embarazo me impidió levantarme con facilidad—. Mierda, ¡Nathan! En mi coche no, por favor.
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RomanceLa historia Rachel y Nathan no termina con el final de "Deseos encontrados"; empieza allí. Llenos de ilusión, romance, pañales y aventuras, aquí están algunos momentos de #Nachel. Nota: Esto no es una segunda parte, "Deseos ocultos" sí. OBRA REGIS...