—A ver, entonces el trabajo iría dividido en tres partes, y cada grupo se ocuparía de una.
—Exactamente. —Confirmó Mireya.
Ivonne resopló, llevándose la mano a la frente; y Ligeia y Ruth se miraron con gesto de resignación.
—Menuda Semana Santa vamos a tener —protestó Helena, ojeando su agenda llena de anotaciones—. O eso, o dejar que nos pille el toro...
Fátima asintió, visiblemente fastididada.
Era una tarde tormentosa. Un cielo cubierto de nubes plomizas se extendía sobre Granada; así que, a pesar de ser aún las seis de la tarde, el aula estaba cada vez más oscura. La lluvia, suave y copiosa, repicaba en los cristales.
Ruth se levantó y encendió la luz.
Había un grupo de siete compañeros reunidos a solas en el aula. Las seis chicas se llevaban bastante bien y se habían hecho muy amigas durante el cuatrimestre anterior. Sin embargo Dalmar, el único chico del grupo de trabajo, parecía sentirse un poco incómodo. Se veían en todas las clases de la tarde, pero apenas hablaba con ellas, si se le puede llamar hablar a un breve saludo en los pasillos o a una pregunta sobre trabajo en clase. Y cuando Ligeia estaba cerca, se callaba automáticamente y la observaba con cautela; una actitud que la sacaba de quicio.
Si tenía algo contra ella, qué menos que dejar las cosas claras desde un principio, se decía. Tenemos que hacer un trabajo de Civilización Francesa con exposición incluida, y ya somos mayorcitos para estar jugando a que te conozco pero no me acuerdo.
Por eso, todas las chicas dieron un respingo cuando le oyeron decir, con su habitual tono grave y sereno:
—Tenemos aún dos horas para ponernos a trabajar. Podemos hacer un esquema y luego buscamos cada uno por nuestro lado.
—No es mala idea —lo apoyó Ligeia, levantando la vista de su folio cubierto de apuntes garabateados—. Lo primero es saber cómo meterle mano a todo este asunto. Así tendremos una idea de cómo empezar a buscar.
Mireya se levantó de su silla para subirse a la tarima y las compañeras tomaron nota de lo que escribía en la pizarra. Nadie vio como Ligeia desviaba momentáneamente la mirada de lo que su compañera escribía y se tropezaba con los ojos oscuros y penetrantes de Dalmar.
A pesar de su habitual aplomo, no pudo evitar estremecerse: había algo extraño en la mirada del joven que, por algún motivo, hacía que las palabras se le paralizasen en los labios. Disimuló aquel inoportuno escalofrío con una tímida sonrisa y volvió a mirar a la pizarra.
—"¿Se puede ser más pusilánime?" —se preguntó, conteniéndose para no rasgar el folio con la pluma —"¿Cómo rayos pretendo que me hable si me pongo en este plan con solo que me mire? Desde luego, lo mío tiene delito..."
—Pues la cosa quedaría así —explicó Mireya— ¡Ahora! ¿Qué apartados ponemos dentro de cada epígrafe?
Durante la siguiente media hora continuaron elaborando el esquema y proponiendo ideas. La lluvia arreciaba, inundando los pasillos de la facultad con un misterioso e hipnótico rumor. A excepción de las luces de las farolas del Carril del Picón, al otro lado de los cristales solo se veía negrura.
De pronto, el resplandor repentino y fugaz de un rayo iluminó las ventanas del aula y el sonido del trueno que lo siguió retumbó como el rugido de una bestia colosal, haciendo temblar los cristales. Antes de que el grupo se hubiera recuperado del sobresalto, se oyó un chasquido ominoso en algún lugar del edificio y la facultad entera quedó envuelta en tinieblas.
—Divino.— Bufó Ligeia, sardónica.
—No os preocupéis —dijo Ivonne, tranquilamente—.No creo que tarden mucho en dar la luz otra vez.
—Podemos irnos a casa y seguir allí —propuso Fátima—.Ya tenemos suficiente información como para trabajar por nuestra cuenta.
—Ya... —suspiró Helena—. Pero todavía tenemos un rato por delante. Si no vuelve la luz, al menos podemos esperar a que llueva menos. Mi paraguas está hecho una pena...
En ese momento, la lluvia comenzó a golpear los cristales, si cabe, con más furia aún; y el resplandor de los rayos empezó a verse con más frecuencia. El grupo se quedó en silencio.
—Pensándolo bien, no es mala idea. —Comentó Fátima, ahogando una carcajada.
—¿Pero qué podemos hacer? En esta oscuridad no podemos ni hacer tareas pendientes, ni seguir con el trabajo, ni nada. —Respondió Mireya.
Se hizo un silencio incómodo. Ligeia tuvo la impresión de que hasta la tormenta parecía haber callado durante unos instantes.
—¿Y si...contamos historias de miedo? —Propuso Ivonne, con un tono entusiasta pero dubitativo.
Se oyó una risa extraña en la oscuridad, al mismo tiempo desdeñosa y divertida. Ligeia sintió que el corazón se le acceleraba, a su pesar, a causa de una repentina ansiedad: aquella risa le traía recuerdos extraños, que parecían proceder de las brumas de un sueño fugaz; una visión de centésimas de segundo, vaga pero fulminante.
—¿Pero todavía os gustan esas chiquilladas? —Preguntó Dalmar, aún riéndose.
Aquel tono de desdén hizo que Ligeia sintiera que una sensación hirviente la recorría por dentro; y, a los pocos segundos, se convirtió en una especie de mezcla entre valentía y rabia.
—"¿Qué rayos puedo pensar de mí misma si tú te ríes de mí?"
—Pues yo estoy de acuerdo —replicó al fin, con tono asertivo—. Pero si no te gusta la propuesta, Dalmar, sugiere algo mejor.
A la luz de otro rayo, el chico pudo ver el gesto de desafío de la cara de la joven, y se acomodó en la silla, suspirando.
—Que haya paz. Si vosotras queréis, estoy en evidente minoría...
Las chicas se rieron. Con la ayuda de los teléfonos móviles, se cambiaron de sitio rápidamente, y se sentaron de forma que estuvieran unos cerca de otros. Ligeia no pudo evitar sonreír cuando notó el estremecimiento de emoción que los recorría a todos (también Dalmar parecía haber decidido abandonar su sarcásticos comentarios por un rato) cuando cerraron los teléfonos móviles para quedarse de nuevo totalmente a oscuras y se dispusieron a oír y a contar historias. Posiblemente, aquel entusiasmo infantil ante un buen relato fantástico no se perdía con la edad.
—¡Venga! ¿Quien empieza? —Preguntó Fátima.
Ruth soltó una risita.
—Que lo haga Ligeia. Después de todo, le gusta escribir relatos de terror.
La aludida se alegró de que estuviera oscuro, porque se había ruborizado intensamente, dudando entre sentirse halagada o pedirle cuentas a Ruth. Al cabo de unos segundo decidió intentar recordar alguna historia que hubiera leído o escrito hacía poco, pero hacía ya un tiempo que no se le ocurría nada. Aunque, en realidad, pensó, hay una que podría contar.
Casi se podía ver a sí misma, junto con sus compañeros, sentados en círculo, en la oscuridad.
Casi podía ver de nuevo la negrura aterciopelada de aquella iglesia, llena sombras que se deslizaban más allá del alcance de su vista...
—Vale. A ver como os cuento esta...
El grupo de compañeros se acomodó en las sillas, y la joven respiró hondo.
—No sé si algún día llegaré a escribir esta historia, porque es demasiado personal, en cierto modo. Está basada en un sueño que tuve hace un par de días...cuando se me ocurrió la genial idea de cenar cangrejos en salsa picante.
El grupo de amigas se rió, y Dalmar le lanzó una mirada escéptica.
—Me ha venido a la memoria cuando se ha ido la luz. —Confesó, aún algo cohibida.
Todo el grupo le prestaba atención, así que decidió calmarse un poco; aunque solo fuera para improvisar con más claridad. Un segundo después, respiró hondo y empezó a contar:
—No sería la primera vez —empezó— que alguien tiene un sueño relacionado con algo que realmente ha vivido. De hecho, los sueños son tan parte de nuestra propia mente como cualquiera de nuestros recuerdos de la vigilia. Pero la mente humana es mucho más de lo que nosotros conocemos, tiene un lado oscuro... al igual que existe una cara oscura del mundo. Un mundo que está latente a nuestro alrededor, cuya existencia nos parece inconcebible cuando nos movemos a la luz del sol...pero que está ahí y, una vez que lo hemos visto, no podemos volver a ignorarlo jamás.
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Evadida de las sombras
FantasyUna recopilación de relatos góticos sobre las extrañas aventuras de la joven estudiante Ligeia durante sus años de estudiante en la ciudad española de Granada.