-Ay, Berlín, dibujame como a una de tus chicas francesas- Palermo se burlaba al ver a Andrés con un cuaderno apoyado en el regazo, un lápiz en la mano y una sonrisa cálida en el rostro.
-Oh, Martincito querido- se acerca a él, dejando su libreta en la silla en donde estaba sentado-. Tú no entiendes lo que es el arte...- dice risueño, moviendo sus manos para acompañar sus palabras.
-No, la verdad que no lo entiendo al arte. No te voy a mentir- comenta y se levanta, también acercándose a su acompañante.
-Te lo explicaré en palabras simples- se detiene enfrente de él. Aclara su gargante y prosigue:- Tú eres arte. Tan hermoso, expresivo, misterioso. Con tan solo mirarte me doy cuenta de lo que quieres y sientes... Y me haces a mí querer sentir aquello que expresas. Aunque... El arte no tiene porqué ser hermoso, siempre puede serlo.
-Pará, ¿qué? ¿Me estás diciendo feo?
Berlín ríe:-Claro que no- toma las caderas de Martín-. Estoy diciendo que eres arte, y me encanta no haberte decifrado aún.
-¿Sabés cuál es verdadero arte?- Andrés asiente, para que Palermo diera una respuesta-. El que está por garcharte- bromea el argentino.
De Fonollosa rió por lo bajo. Palermo lo miró y sonrió. Berlín era el hombre más guapo que había conocido en su vida, el hombre más completo.
-¿Te gustaría pintarme?- Palermo pregunta, serio.
-Ya lo he hecho- el mayor le dice al oído-. Eres mi musa, Martín- susurra con esa voz suave que tiene.
El corazón del argentino latía cada vez más rápido, mas intentaba calmarse.
Andrés caminó hacia la cocina, a servir dos copas de vino. Se tomó su tiempo, como para todo, y satisfecho volvió a la sala con su acompañante.
Se detuvo un instante al ver a Palermo temblando ligeramente de frío. Sonrió. Martín estaba semidesnudo, solo en bóxer.
-¿Te gustaría pintarme así?- preguntó ahora, tímido.
-Sería un piacere.