Prefacio

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Cuando era estudiante de medicina nunca imaginé que algún día terminaría aquí... Nunca. Uno no crece pensando que se encontrará sentado en este sitio bebiendo tequila; y no cualquier tequila, sino un "Tequila de ley 925" una botella fabricada en cerámica y platino puro con más de 6.400 diamantes incrustados en su alrededor, y además diseñada por un mexicano. Y sí, es la botella más cara del mundo, y sí, está en México y sí, en manos de un mexicano... Vaya, sí que este país tenía mucho de que hablar últimamente.

El lugar más inaccesible de México, y tal vez del mundo entero. Y yo estaba aquí, sentado en un sillón muy singular; patas de acero inoxidable y asiento de piedra de asteroide, vayan ustedes a saber si era autentico, lo único que podría preguntarme era cuántas personas se habrán sentado en él. En el fondo de la habitación había un pequeño escenario, todo como si fuera un teatro de los grandes, pero en miniatura, las cortinas rojas estaban alzadas y las luces encendidas. Un cañón de luz blanca iluminaba el centro, era una cantante muy conocida en la industria de la música mexicana, de origen oaxaqueña, con su color más bronceado que una piedra de mar. Tendré que omitir su nombre porque la primera regla de este lugar es no hablar de las personas que están dentro, pero basta decir que le apodan la "Reyna Mixteca" y con guitarra en mano cantaba la canción "la llorona".

Yo seguía ahí, escuchando, viendo, oliendo..., esperando algo más que un milagro, esperando que la única frase que saliera de sus labios fuera una pregunta, un solo cuestionamiento que tuviera el poder de devolverme hasta aquel Bruno Antón, en toga y birrete recogiendo su diploma como médico cirujano partero, y nada más... ¡Ni una maldita puta cosa más!

Y es que, escuchas hablar sobre el poder, pero no le puedes descifrar hasta que lo tienes delante de ti. Y no es que hubiera podido llegar hasta aquí pidiendo un "Uber". Era algo más que eso; había luchado como nunca imaginé, había llorado hasta la última gota de mis ojos, me habían dolido partes del cuerpo que no sabía que existían... pero nada se había comparado con estar frente a frente con él.

Pensé que lo siguiente que vería sería una escena como en las películas de los grandes magnates, y que con el solo estirar de su mano un sirviente vestido con un lujoso smoking negro se acercaría a llenar nuestros caballitos con tequila, pero no fue así, el poder seguramente lo había vuelto sínico, y claro, quería sentir cada uno de los diamantes rozar su mano. Cogió la botella, la acercó a mi caballito y sirvió hasta casi derramar. El tequila me temblaba de un lado a otro, después se sirvió él nuevamente al ras. Su tequila no se movía como el mío.

Todo lo que ahí se veía, todo lo que pude haber visto alguna vez en mi vida, todo lo que nunca había visto, todo lo que nunca vería, absolutamente todo... incluyendo el puto oxígeno del país era de él...

Por fin habló.

El simple aire que salió de su boca me hizo temblar. Algo del tequila me cayó en los dedos. No puedo decir que esa emoción fuera miedo, si hay algo que aprendes cuando vives el miedo, es que una vez que lo has sufrido todo, se termina.

− ¡Salud! — Alzó su caballito y se lo bebió de un trago.

Lo imité.

¡Para agarrar valor! eso es lo que decimos los mexicanos. Y claramente, aunque aún no había dicho nada más que ¡Salud! Era claro que él y yo hablábamos el mismo idioma.

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