Querido diario...
Me siento estúpido al escribir esto, pero es que tengo que desahogarme...Primero, soy Carlos Carmona vivo en la ciudad de Málaga, en el exterior. Vivo en una casa con un gran jardín. Le tengo mucho cariño porque allí hay un nispero que plantó mi difunto abuelo (...) ¿Qué más...? ¡Ah, sí! Tengo dos gatos, Armand y Trece y una perrita muy vieja que se llama Toffi. Mi comida favorita es el cangrejo... voy a tercer curso de secundaria y estoy con mis amigos Alfonso y Jessica. La verdad es que es todo perfecto, hasta ahora, por su culpa. Y es así, porque hasta hora vivía con mi hermana pequeña y mi madre, de no ser porque ella se ha reconciliado con el estúpido de su ex... La verdad es que nunca le llamo papá, y eso le molesta, pero se lo tiene bien merecido. Es un borracho y está loco, sólo le está estropeando la vida a mi madre. Pero ella no me escucha... Mientras escribo esto, en el cuarto de al lado ese tío está colocando sus maletones en mi habitación, porque ya no hay más camas. Por suerte, he conseguido que duerma en el suelo y no en mi cama. No quiero que me despierte a las tres de la madrugada metiendose en mi cama y apestando a alcohol. Escribiré más en este diaro a partir de ahora y contaré mis historias, y las que viviré a partir de ahora con ese...
Carlos cerró su portátil, sin antes olvidarse de guardar lo que acababa de escribir. Era un chico alto y de pelo castaño, llevaba una pulsera verde en uno de los brazos, que siempre llevaba colgando por que le quedaba grande. Bajó de la cama de su hermana. Por un momento se quedó sentando en la cama, pensativo, dejando sus pies en el aire. De la ventana entraba una pequeña luz de atardecer. En ese momento entro un gato, salto a la cama y se colocó en el regazo del chico, que lo acarició.
-Armand, ya te ha echado de la otra habitación...
Armand era una gata, era de uun color grisaceo, junto con tonos naranjas en el costado. Era una gata bastante pequeñita, tenía casi un año. Carlos se levantó y fue a la habitación de al lado. Se encontraba en la planta alta de la casa. Tras la escaleras de mármol, había dos habitaciones; la de Carlos y la de su hermana. Cada puerta tenía el nombre de el dueño de cuarto: Carlos y Lorena.
El chico entró en su habitación abriendo la puerta lentamente. Llevando a la gata en brazos, se quedó mirando al hombre calvo que estaba en el suelo, sacando ropa de una maleta.
-¿Qué es eso?- señaló Carlos, con bastante bordura, a una caja bastante grande, del tamaño de una tumba.
EL hombre cuarentón miró de reojo a la caja e hizo ub gesto de nerviosismo, antes de volver a continuar con su labor de sacar calcetines. Carlos soltó al gato, que correteó y se subió en la cama.
-¿Hola? Escúchame.
-Son cosas de mi trabajo, llevo cuarenta años con él, e acumulado informes y...¡Y quita a este bicho de la cama!
-Es imposible que lleves cuarenta años trabajando, ¡¿Qué trabajabas con uno?! Y el gato no se va de hay.
-Tranquilo, hijo mío, que ya mismo estará fuera. Aquí dentro no debe de haber animales.
-Lo único que conseguistes sacando a los gatos fuera, fue que atropeyaran a uno...
El padre de Carlos se levantó, y se quedó mirando con sus hojos grandes a su hijo.
-Mira- señaló a la gran caja- esto lo quemaré, y aquello...lo dejaré en aquel rincón.
-¡Qué sí!
-Y llamamé papá a partir de ahora...
-Oblígame- dijo Carlos, de brazos cruzados.
El hombre empezó a caminar y salió de la habitación, chocando hombros con su hijo. Carlos vio bajar a su padre, y se acercó a su cama.
-¿Qué vamos a hacer, pequeño?- dijo acariciando al gato.
El animal se lamía las patas y sólo se limitó a mirar de reojo a su dueño.
-Carlos- gritó la voz de una mujer- Han venido a verte.
-Ya voy, mamá- chilló el chico y se levantó, dejando al gato a la habitación.
En el final de las escaleras blancas se encontraba una mujer con un delantal, de pelo castaño y estropeado. En resumen, era una mujer dedicada a su familia y trabajo, tal vez demasiado
Carlos pasó se largo y entró en el salón. En un pequeño cojín estaba tumbada una delgada gata negra. Salió a la cocina, donde le esperaban un chico y una chica:
-¿Es verdad lo que nos ha contado?-dijo la chica.
-Sí, Jessica- dijo haciendo señas para que salieran a patio- Está aquí.
-Vaya asco, con lo que lo odias- dijo el chico, llamado Alfonso.
Carlos y Alfonso habían sido amigos desde tercero de primaria, y más tarde conocieron a Jessica, hacia tan solo cuatro años. Jessica era alta, como Carlos, y tenía una gran melena negra. Alfonso era más bajito, llevaba unas gafas grises y solía llevar las manos metidas en los bolsillos.
Salieron al patio. Era un extenso jardín, con una caseta de perro en el fondo y el animal, una perrita anciana, dormía profundamente en él. Carlos se acercó al nispero que había en el centro y toco su tronco, mientras sus amigos se quedaban atrás:
-¿Qué vas a hacer?- dijo Jessica, intentando parecer muy preocupada.
-Pues nada, me aguantaré, como siempre...
-¡Pero no exageres!- gritó Alfonso- Podrás vivir con él un tiempo, seguramente tu madre lo volverá a echar de nuevo...
-No sé, no sé...Lo increíble es que la haya conceguido reconquistar, no sé como ha trabajado tanto para conseguirlo.
-Pero ya te estás preocupando por los gatos, ¿Verdad?- interrogó Jessica.
-Bueno...
-¿Ves? Ni a Armand ni a Trece les pasará nada, ¿Qué problemas tienes con los gatos?- dijo Alfonso.
-No sé, me entretengo con ellos...- Carlos intentó cambiar de tema rápidamente- ¿Qué hacemos mañana?
-No lo sé- contesto rápidamente Jessica- podemos dar un paseo con Ruben y los chicos...
-O ir al polideportivo...
Dos horas más tarde, Jessica y Alfonso se marcharon. Carlos entró en su casa y miró fuzgamente y con rabia a la luz encendida de su cuarto, pensando en su padre. La madre barría la habitación minuciosamente. De pronto, el padre de Carlos salió de el cuarto de baño.
-¿Te has dejado la luz encendida arriba?- dijo con recelo el chico.
-No, y se te ha olvidado algo...
Un maullido de un gato proviniente de arriba alertó a Carlos, que empezó a correr hacia su habitación, ante las miradas de sus padres. Subió las escaleras de dos en dos y entró en su cuarto.
La habitación estaba vacía, ya no estaban las cajas de su padre. Armand estaba tirada en el suelo, lamiendose la pierna, como si es tuviera una herida. Se agachó para ver como estaba el gato, pero cuando se estaba agachando, le pareció ver que la luz de la lampara hacia reflejar una sombra, detrás suya... Se giró bruscamente, pero detrás suya no había nada, solo la puerta se movía un poco.
Carlos no sabía que aquel día se había convertido en el día en el que su vida cambiaría totalmente.