No era precisamente dolor lo que sentía Luna, aquellas manos ásperas quizá hubieran dado un placer añadido al apretar su piel, pero apenas podían tocarla en la distancia que supone el éxtasis de un cuerpo demasiado sudado que se mueve sobre ella como si no existiese, todo es tan rápido que hace daño, las manos que desea que la acaricien ahora aprietan las sábanas, mientras unos ojos que no la miran se mantienen fijos en la almohada, casi desorbitados.
Asfixia quizá, ansias de volver a respirar.Hasta que el cuerpo cae al otro extremo de la cama, la besa en la frente y sonríe, luego se da la vuelta. Después el silencio y la oscuridad.
Luna estira el brazo, pero no encuentra a nadie, todas las noches lo mismo, el sueño repetitivo de alguien que la posee y la desecha, debe ser el estrés –piensa– desde hace tiempo los días son muy largos, el trabajo hasta deshoras, el papeleo... El único sosiego lo encuentra en la música, Sabina se ha convertido en un combustible indispensable, él ha sido su cómplice.Pone una canción que le ayude a recobrar el sueño, demasiado recurrente, Hombre del traje gris, demasiado recurrente...
Algunas veces vuelo
Y otras veces
Me arrastro demasiado a ras del suelo
Algunas madrugadas me desvelo
Y ando como un gato en celo
Patrullando la ciudad...
Luna mira a través de la luz que se cuela por la ventana, su cuerpo se va enfriando con la brisa de la noche, allá afuera todo es calma. La ciudad rueda despacio, como una lágrima por su mejilla.