Capítulo 1: Invasión

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El Paraíso era un reino inmenso lleno de vegetación y con un cielo azul iluminado por un bello y radiante sol

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El Paraíso era un reino inmenso lleno de vegetación y con un cielo azul iluminado por un bello y radiante sol. Allí habitaban miles de almas de aquellos que en vida habían adorado a Yahvé; el poderoso dios de los hebreos.

Allí también se encontraban los ángeles y arcángeles guerreros. Ellos vestían con túnicas blancas hasta las rodillas y con los brazos descubiertos aunque a la hora de la batalla Usaban armaduras junto con escudos blancos con detalles dorados y espadas resplandecientes. Aquellas eran las tropas blancas de Yahvé.

En el mundo mortal eran los hebreos quienes adoraban a Yahvé. Ellos eran un pueblo nómada y poco avanzado pero así era su vida y estaban conformes con ellos. Aunque eso estaba por cambiar.

Un día, enormes máquinas de metal se avistaron en los cielos. Aquellas enormes y extrañas cosas tenían forma ovalada. Varias de aquellas naves cubrieron el firmamento y comenzaron a disparar poderosos rayos.

Los ángeles en el Paraíso vieron esto con horror y confusión pues no sabían cómo explicar aquellos extraños objetos. Lo que sabían con total seguridad era que los mortales no tenían oportunidad de sobrevivir; no sin ayuda al menos.

—¡Padre! —se acercó un bello ángel de cabellos rojos y ojos claros—. Los mortales están siendo atacados por… enormes carrozas que escupen fuego.

—Lo sé —respondió Yahvé con total indiferencia—, escucho sus ruegos.

—Debemos hacer algo.

—No; dejaremos que las cosas sigan su curso.

—¿¡Qué!? —exclamó alarmado el ser angelical—. Padre, ellos nos necesitan.

—¿Me estas contradiciendo, Luzbel? —cuestionó Yahvé con mirada fiera—. Ya es suficiente que varios de ustedes se atrevieron a fornicar con las mortales y crearon esa raza de salvajes gigantes. Deja que esas carrozas destrocen todo a su paso; me va a ahorrar el tener que enviar el diluvio.

—¿Diluvio? —pregunto confundido el pelirrojo.

—Pensaba ahogarlos a casi todos para purificar la tierra que ustedes corrompieron.

—Eso es vil —exclamó con horror Luzbel sin darse cuenta.

—Estas muy insolente hoy, Luzbel. Largo de mi presencia.

Luzbel bajo la mirada y se alejó del trono de su padre sin decir más palabras.

—Esto va para todos —exclamó Yahvé con su poderosa voz; siendo escuchado por todos los rincones de su reino—: queda totalmente prohibido ir a ayudar a los mortales. Quién lo haga será desterrado para siempre del Paraíso.

Los ángeles y demás seres se inquietaron al escuchar aquella advertencia y los deseos que tenían de ayudar se esfumaron inmediatamente. Luzbel apretaba furioso los puños entre la multitud mientras la ira en su mirada asustaba a cualquiera que viera sus ojos.

—Debes calmarte, hermano —dijo Gabriel apoyándole su mano en el hombro—. Nuestro padre sabe porque hace las cosas.

—Los quiere dejar morir como si ellos no valieran nada —dijo entre dientes Luzbel—. Son seres vivos; no tiene derecho a tal crueldad con ellos.

En el mundo mortal todo iba de mal en peor. Algunos hombres intentaron defenderse arrojando cualquier cosa que tuvieran a mano hacia las naves pero nada de esto tenía efecto. De pronto grotescos y salvajes gritos se escucharon mientras un grupo de Nefilim, gigantes producto de la unión entre los ángeles y las mujeres mortales, corrían al ataque. Ellos estaban armados únicamente con enormes palos y piedras que arrojaban hacia las enormes naves pero sin resultado alguno. Un poderoso rayo impacto en el pecho de uno de los gigantes y le atravesó hasta la espalda; el enorme ser cayó muerto sin más. Varios mortales intentaron escapar pero las naves iban tras ellos sin dificultad alguna. De debajo de los platillos salía una luz de color azul blanquecino que envolvía a los humanos y los hacia desaparecer completamente. Los hijos de Yahvé se veían completamente acorralados; ahogados en su enorme desesperación. Se sentían abandonados a su suerte, sus ruegos eran inútiles y no comprendían aquellas cosas que le estaban atacando. La única explicación que se encontraban en era un castigo divino. Los invasores hicieron desaparecer con su luz a varios humanos e incluso a algunos gigantes. Ninguno de ellos eran una amenaza y lo habían comprobado sin embargo los cielos comenzaron a tronar y una brillante luz descendió a gran velocidad de este. Tres flechas doradas se clavaron en una de las naves y provocaron una gran explosión aunque no fue suficiente para destruirla. En el suelo aterrizó un hombre con enormes alas blancas, con el torso cubierto por una armadura dorada y un casco del mismo color que dejaba a la vista su rostro; era Luzbel.

Él no dejaría a la humanidad desamparada aunque eso le llevase a ganar el odio de su padre. Sin embargo era el único que había acudido a la batalla. Estaba completamente solo contra aquella flota de naves alienígenas.

Aliens vs Ángeles: Batalla por la Tierra (Tierra 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora