En un bosque, el que tú conoces, al lado de las plantas más pequeñas y el Manzano, justo donde caen las gotas del rocío en invierno y hay sombra en verano, ese pequeño espacio al que llega el olor de las flores sin que se escuche el zumbido de las abejas que van a polinizar, esta su casa.
No es mucho, pero es increíble.
2 pisos estrechos, que se alargan creando pasillos para jugar al escondite, con cuartos secretos y baños desaparecidos con espejos parlantes que cuentan secretos y verdades si sabes ver en su reflejo.
La casa proyecta sombras sobre el suelo que parecen cambiar todos los días. Las escaleras cambian de forma cada 17 días, y no siempre se encuentran en el mismo sitio. Presta atención o cambiarán estando tú dentro. No quieres estar dentro.
Si escuchas con atención al entrar, casi parece que la casa te saluda, con esa sabiduría que solo las cosas muy antiguas poseen.
Los libros cambian de posición y les gusta gastar bromas cambiando de portada. Debes ser educado al entrar en la biblioteca, preguntar por un solo libro, agradecer su honestidad después de comprobar que es el correcto y cerrar la puerta cuando salgas.
Cuando la casa era más joven, sus suelos crujían por las noches, pero después de décadas ha aprendido que a mucha gente le perturba. Ahora, da las buenas noches cerrando ventanas olvidadas para que no se cuelen hojas traviesas.
Nunca ha sido pintada, nunca ha habido necesidad.
Dependiendo de la estación sus paredes cambian de color. A la casa le gusta asemejarse a los árboles en ese aspecto.
En otoño, el techo se afila. En verano se aplana. En invierno se crea una bóveda. Y en primavera, se hunden sus esquinas hasta parecer que la casa florece con las flores más cercanas.
Siempre ha sido su lugar favorito para estar.
