Capítulo 10: Descartando lo importante

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No sé cómo lo hice

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No sé cómo lo hice. Quisiera presumir de mis capacidades de negociación, contarles una historia digna de colarse en esos libres de motivación de empresarios, incluir frases dignas de compartirse. La verdad es que todo fue un ir y venir que terminó con un resultado a mi favor, inventé que teníamos otras opciones y no me rendí antes sus negativas, mi trabajo estaba columpiándose en esa decisión, la defendí como si mi vida dependiera de ello. Literalmente.

Mi corazón todavía estaba festejando en mi pecho cuando subí al automóvil, me sentía como si hubiera ganado el mundial. No era la única persona contenta.

—Felicidades, Jiménez —soltó Miriam introduciendo las llaves—. Lo que hizo fue... Sorprendente. Sí, sorprendente es la palabra que buscaba.

—Yo tampoco me lo creo.

—Pues créasela, mi jefe va a tomarlo mucho más en serio después de esto.

—Sabía que tenía altas posibilidades de ser despedido si no lo hacía —le confesé. No había pensado en si beneficiaría a mi desempeño laboral. ¿Cómo te preocupas por hacer crecer algo que ni siquiera existe?—. Después de todo, ya pagué un buen porcentaje de la deuda que tengo con usted, no hay mucho que me ate ahí.

—Demostró que está por sus capacidades —me corrigió.

—Romper coches es una capacidad que se me da bastante bien —reconocí de buen humor. Ella sonrió negando con la cabeza—. ¿Cómo sigue su ojo? —me arriesgué a preguntarle a sabiendas eso podría ponerla de malas. Esperé arrancara el volante y lo ensartara en mi cabeza, pero se limitó a hacer una mueca de desinterés—. ¿Le duele mucho?

—Un poco, llegando a casa me pondré alguna compensa de agua fría y quizás tome una pastilla. Espero en unos días desaparezca, tendré que aplicar capas y capas de maquillaje.

—Le juro que yo no quise golpearla, deseaba ahorrar tiempo abriendo la puerta y ocupándome del cinturón, no me percaté seguía parada ahí, de haberlo sabido...

—Ya sé, Jiménez. Lamento por casi acusarlo de intento de homicidio, es solo que no me cabe en la cabeza cómo puede ser tan descuidado.

—Yo tampoco, siempre he sido despistado, pero jamás había masacrado tantas cosas en unos días. Es un reto incluso para mí.

—Pues tenga más cuidado. Ya me hizo pedazos el coche, hoy la cara, ¿qué sigue?

—Pensemos lo positivo, ya descartamos las dos más importantes, lo que sobra no es de valor.

—No es de valor —rio sin gracia, despidiéndose del vigilante, ante mi optimismo—. ¿Sabe cómo me sentí cuando entré a la sala de juntas y vi a la licenciada Acosta?

Miriam era muy compleja, no me hacía ni idea.

—Pasé toda la mañana arreglándome, me recogí el cabello, escogí mi mejor blusa para estar a su altura y terminé haciendo una burda imitación de Catalina Creel —se sinceró conmigo, agobiada—. Y cuando la vi ahí, tan perfecta, con su sonrisa de comercial y su porte de modelo me sentí como estiércol. ¿Escuchó como hablaba y defendía sus argumentos? La prueba que se puede ser tan inteligente como hermosa. ¿No piensa igual que yo? 

—Parece que está enamorada de ella —bromeé evadiendo la respuesta. La verdad era que la licenciada me había impresionado, al igual que a todo mundo le pasaría, pero supuse que decírselo no la haría sentir mejor.

—Qué gracioso, Jiménez. Es solo que es el tipo de mujer que me gustaría llegar a ser cuando sea grande. El problema viene cuando me doy cuenta de que ya estoy grande. Hace años se me fue ese tren.

—Yo creo que no tienes mucho que envidiarle a la licenciada Acosta. —Miriam bufó incrédula, pensó me estaba burlando de ella. No me atrevería conociendo lo mal que le caían los chistes—. Eres muy buena en tu puesto, todo mundo envidia tu capacidad de hacer diez cosas al mismo tiempo.

—Eso es por necesidad...

—Además, eres muy guapa.

Miriam no dijo nada. Guardó silencio unos segundos hasta que llamó de improvisto a un chico que vendía agua en un crucero y se distrajo comprando dos botellas.

Quizás pensaba que lo decía por quedar bien, pero hablaba en serio. No pensaba revelarlo porque nunca había pensado en eso a profundidad. Con su carácter tan volátil jamás me atrevía a mirarla detenidamente por temor se ofendiera. Tenía una figura frágil y delgada, cabello negro hasta los hombros que afilaba sus facciones, de piel blanca y unos enormes ojos chocolate. No era el tipo de belleza que verías en el cine, era sencilla, no de la que atrapa y te suelta, sino de la que te toma sin que te des cuenta y después te es difícil dejar ir.

—Ya deje de verme, Jiménez —me reclamó sacándome de mis tonterías. Obedecí de inmediato pese a que ella dejó escapar una sonrisa—. Estoy radiante con mi ojo morado —se burló de ella misma sacándose las gafas por primera vez.

Fui testigo de la lesión que había provocado, una mancha rojo justo debajo del párpado que no pasaba desapercibida para nadie. No supe por quién sentir más lástima. Jamás le había dejado el ojo así a nadie, ni siquiera en una pelea borracho.

Desde que conocí a Miriam mi suerte se había empeñado en destruir su paz. No sabía por qué. Era como si le hubiera contagiado las desgracias que llevaban semanas persiguiéndome.

¿Cómo se supone que la vería a la cara después de esto? Bueno, si usaba los lentes oscuros me sería más sencillo el proceso de aceptación.

Sin embargo, el enfado de hace unas horas había desaparecido, y aunque la marca no fuera tan desastrosa, Miriam me regaló una sonrisa tranquilizadora.

—Terrible, ¿no?

—Sí, sí está muy feo —solté abrupto, acomodándome la corbata y evadiendo su mirada.

—Gracias, Jiménez. Ya me siento mucho mejor.

Y por primera vez la escuché reír, reír de verdad. Una corta risa que se perdió para no volver más, pero que tuve la extraña sensación de haber quedado atrapada en mi pecho impidiendo olvidarla.

 Una corta risa que se perdió para no volver más, pero que tuve la extraña sensación de haber quedado atrapada en mi pecho impidiendo olvidarla

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Este capítulo no termina aquí, solo que lo he dividido para no mezclar a ambos personajes. La siguiente parte está a continuación ❣️.

El club de los cobardesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora