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Después de desayunar, comenzaron a preparar las cosas, teniendo lista la soga automática y los radios de comunicación que solían usar, en esta excursión sería la primera vez en que sería usado el implemento de radio que le hicieron a uno de los cascos, por el cuál podías simplemente presionar un botón que tenía a los lados y activar la emisión y recepción de señales, automática (tecnología que hacía mucho más eficaz la comunicación para saber en qué momento sí había deseado el explorador que se le subiera a la superficie. Ya que anteriormente simplemente tenía que gritar o tirar de la cuerda dos veces).
  —Probando, probando —decía William con el casco puesto mientras veía a Oliver con el otro radio desde fuera de la casa—. Llamando a Mr. Tonto.
  —Te escucho —respondió—. Tarado.
  —Gracias —contestó quitándose el casco.
  Probaron una vez más la soga automática, una herramienta que contaba con un sistema preparado para engancharse a un lugar, y de ahí desenroscaba una soga a la que estaba sujeto el explorador con un arnés, desde arriba podías controlar cuánto le dejaba bajar, cuándo subía e incluso podías suspenderlo en cierto punto. Lo que les brindaba mayor seguridad y confianza es que contaba con un seguro manual que consistía en sujetar una parte de la cuerda a unos ganchos que si eran jalados con demasiada fuerza hacían detener las poleas, dejando suspendida a la persona.
  Llevaron el pico, la pequeña pala, el arnés, el casco y la soga automática, dirigiéndose desde temprano hacia la misma locación de ayer.
  —Parece que hoy será un día soleado, esa es buena señal —dijo Oliver
  —Siempre que son buenas noticias, me gusta oírte hablar —respondió William.
  —Soy el doble de interesante que tú con tu cola de caballo.
  —“Dimos con el tumor, doctor” —burló Michelle saliendo por la puerta mientras ajustaba su mochila a la medida.
  —Verás que Bill Gates lo dice y sentirás envidia. Incluso querrás decirla tú también.
  —Sí, Oliver. Como tú digas.
  Y continuaron caminando casi sin hacer ningún comentario.
  —Hoy el lago luce demasiado sólido, ¿Cuánto ha bajado la temperatura? —Interrumpió William.
  Michelle sacó su teléfono móvil y desbloqueó la pantalla —Diez grados.
  —Podría jurar que está igual de frío que ayer.
  —Quizá sea por la lluvia.
  —Quizá sí.
  Y cruzaron el río congelado que efectivamente, esta vez se encontraba tan sólido que parecía incluso una especie de suelo resbaladizo, era hielo que comenzaba a ser cubierto por pequeñas capas de nieve que cubrían el identificar a simple vista que se trataba de un río. Si algún forastero se encontraba haciendo una excursión sin cuidado podría resbalarse y provocar que el suelo se quebrara, causando un accidente en minutos. Pero no quisieron darle importancia a eso, era problema ajeno a ellos en los que no buscaban entrometerse.
  Lograron, después de cruzar las dunas, llegar a la grieta en el suelo que lucía un poco más grande que el día anterior. Michelle estaba lista para comenzar a ponerse el equipo, pero William le detuvo, diciendo que si llegaba a lastimarse, se quedarían sin un médico (labor del que siempre se encargaba ella) y resultaría más peligroso —aunque por dentro tampoco le gustaba la idea de que entrara sola sin que él pudiera protegerle, pero no pensaba decirlo ahí—, así que comenzó a colocarse todo lo necesario, haciendo un pequeño énfasis en que lo que más le molestaba era quitarse las botas para colocarse las de escalar, sus dedos se enfriaban y aquello le causaba demasiados escalofríos.
  —¿Listo, hombre? —Preguntó Oliver apretándole el arnés.
  —Me siento como un astronauta.
  —Que no se te suba a la cabeza —respondió mientras le amarraba la soga al arnés, el cual rodeaba la mochila en la que iba a echar todo aquello curioso y valioso que se encontrara, también llevaba en ella la polaroid, para fotografiar todo lo que pudiera resultar extravagante o merecedor de ser visualizado para saber de qué modo excavarían ello.
  La cuerda fue suelta hasta dos metros, de donde él se dejó caer sin agarrarla, pues estaba sujeta a su espalda para tener un mayor control en el aterrizaje.
  —¿Es seguro? ¿estás bien? —preguntó Oliver por el radio.
  William presionó el botón de radio: —sí, todo a la perfección comienza a descenderme cinco metros más, lentamente.
  —Entendido.
  Con la linterna que tenía atada a un costado del casco comenzó a alumbrar a donde caería, pero era demasiado profundo, así que comenzó a ver la posibilidad de comenzar a columpiarse hacia uno de los costados en los que había tierra cercana. La luz no llegaba a las paredes de los exteriores, a pesar de ser una linterna profesional, no llegaba la luz y se veía oscuro aún.
  —¿Te bajamos más? —preguntó Michelle por la radio.
  —Sí, hazlo hasta que yo te diga que pares.
  —Entendido.
  Y comenzó a descender, pero frente a él comenzó a ver un camino que parecía no ser más que una cueva de piedra, sino fuera por el hecho de que lograba ver tablones de roble puestos como apoyo y un posible camino descendente.
  —Bájame unos tres o cuatro… —“metros”, iba a decir. Pero fue interrumpido por el descenso brusco y repentino como si se le hubiera dejado caer desde arriba.
  Presionó el seguro del arnés, y, el seguro de la soga automática le detuvo de golpe, causando en él un dolor de cuello.
  —¿Estás bien?, William ¿estás bien? —preguntaba Michelle preocupada.
  —Sí, ¿qué ha pasado?
  —No tenemos idea, parece que las poleas se han barrido, estamos intentando elevarte, pero hace un nulo esfuerzo y sigue donde mismo, ¿comenzamos a levantarte manualmente?
  —Sí, creo que es lo mejor —dijo volteando a los tablones y paredes de madera que había.
  Comenzaron a levantarle, pero a pesar de ser quizá cinco kilos más pesado de lo usual, representaba un reto porque la soga salía de la máquina y hacía más incómoda la labor. Aún así decidieron no dejarlo ni un segundo más y comenzaron a levantarle con cuidado de no caer dentro de la grieta. Lo elevaron quizá una altura de diez u once metros, pero después de eso volvió a ser dejado caer sin cuidado, solo que esta vez fue detenido con la fricción de las manos de Oliver y Michelle.
  —Es imposible sacarte con la soga atorada en la maquina. Necesitamos buscar otro modo.
  —Déjame un momento aquí, estoy viendo una cueva extraña que puedo explorar. Comenzaré a balancearme hacia ella.
  —Oliver irá por herramientas a la casa.
  —Está bien.
  William comenzó a balancearse hacia la cueva, cosa que no tardó en hacer y lograr poner los pies en la orilla; en las paredes lograba ver hulla y pequeños fragmentos de lapislázuli incrustado en la pared. Quitó el seguro al arnés para poder avanzar hasta cinco metros, y comenzó a alumbrar a sus alrededores, notando cosas clásicas dentro de la exploración de minas.
  —Hay lapislázuli y hulla que podemos picar.
  —Anotado. Pero en este momento me preocupa más sacarte de ahí.
  —Tú tranquila. No pasará nada que no hayamos vivido antes, no seas pesimista.
  Llamó la atención de William el escuchar una gotera de agua y unos pasos húmedos desde dentro de la mina.
  —Creo que hay gente aquí dentro.
  —Imposible, es una cueva virgen.
  —Entonces antes hubo gente.
  —¿Por qué dices eso?
  —Hay rastros de excavaciones, y construcciones humanas.
  —Probablemente en el pasado intentaron explorarla.
  —¿Y por qué pararían?
  —Quizá no había nada importante.
  —Hay lapislázuli, Mich. Ni si quiera se ven picadas las paredes.
  —Probablemente no era seguro, así que tenemos que sacarte lo antes posible.
  —Patrañas.
  Pero, aunque efectivamente la cueva se veía explorada, no había marcas en las paredes de haber sido picadas en busca de minerales, eran paredes de rocas casi lisas que llevaban a un fondo negro pedregoso.
  —Deja soltar toda la cuerda.
  —¿Para qué?
  —Necesito explorar y la distancia que tengo es muy corta.
  —Lo haré, pero necesito que te retires inmediatamente si ves zonas con posible derrumbo.
  —Lo prometo.
  Y el resto de cuerda fue soltada, pero no sin ser desprendida de la máquina que aún tenía una parte mínima de la cuerda atorada. Caminó y notó que había una prematura implementación de una vía ferreal para pequeños vagones de carga minera, esos carros ya los conocía de otra expedición que habían hecho con trabajadores del hierro; en esos vagones subían las pilas de hierro y los mandaban por las vías en lugar de ellos mismos subir las cargas, como se hacía antiguamente. Esto permitía que trabajaran más por el mismo sueldo.
  Las paredes durante un buen tramo se mantuvieron de piedra casi lisa que no parecía tener ningún rastro de haber sido picada o trabajada, pero las vías en un punto se detenían y parecían haber sido rotas o sacadas a la fuerza (aquello podía hacerse obvio por la manera en que el hierro era doblado al final de cada última viga). Y las construcciones de madera que anteriormente era un color roble, ahora lucía con moho y un color descuidado, con telarañas grandes y cucarachillas saliendo de entre las esquinas.
  Los pilares eran también de madera, y eso no inspiraba mucha seguridad, si fuesen de roca cincelada sería aún más resistente, pero estábamos hablando de una mina en la que parecía que se había abandonado por alguna razón.
  William siguió avanzando aluzando con la linterna grande su camino, le había parecido haber visto un mueble de madera largo, pero era en realidad un cofre largo que estaba posado junto a dos picos de metal arrumbados. Dentro del cofre había linternas que para exploración habían dejado de usarse desde 1960, cosa que le pareció demasiado peculiar, por el equipo que necesitarían para bajar hombres a picar viniendo de la grieta, sin mencionar que aún tuvo que balancearse para poder llegar al lado de la mina, tomar su pico, sujetarse, jalarse; sonaba a demasiado riesgo para simplemente venir a sacar minerales, quizá por eso fue abandonada.
  Pero sus calmas comenzaron a desaparecer cuando al alumbrar a lo lejos pudo ver en el suelo una mano bien marcada de sangre, sangre que tenía detrás un rastro, por lo que parecía haber sido arrastrado desde detrás.
  —Mich, estoy viendo sangre humana a la lejanía —pero no había más que silencio del otro lado de la radio—. ¿Mich?
  Se acercó a la huella y, a pesar de que no lucía reciente, tampoco lucía vieja y añeja, se veía como si máximo tuviese tres meses y medio, pero era imposible que alguien bajara ahí, ellos conocían a todos los exploradores profesionales de la zona y siempre avisaban a los lugares en los que entraban. Era un poco insensato no hacerlo, si llegaba a ocurrir un accidente la policía no estaría al tanto de la locación de los exploradores.
  Aunque su mente dejó de procesar eso recordando que ellos no habían avisado en lo absoluto que iban a explorar esa grieta, habían confiado demasiado en que ya eran exploradores respetados y conocidos como para que les pusieran una infracción o les pidieran permisos.
  “¿Por qué ni si quiera Oliver que es el más sensato de los tres nos detuvo a que avisáramos a los demás?
  Porque probablemente Michelle y yo hubiéramos insistido en que mejor lo hiciéramos así, conociéndonos”
  Cabe a recordar que no se encontraba asustado en lo mínimo por la mancha de sangre, pero tampoco quería que si alguien más llegase a encontrar el lugar y sus huellas dactilares, pudiera inculparle de algún homicidio clandestino. Suficientes problemas tenían ya.
  William siguió caminando sin dejar de aluzar a sus alrededores buscando el primer cimiento que pareciera que iba a derrumbarse para retirarse de una vez porque su orgullo no le dejaba retirarse sin ver algo que hiciera que valiera la pena para él. Al verse forzado a seguir caminando comenzó a notar que las manchas de sangre con forma de manos se hacían más constantes y estaban a los lados, en el techo y en el suelo.
  Volteó y la cuerda que tenía en el arnés aún podía estirarse quizá diez u once metros más, así que su orgullo aún no le dejaba regresar a pesar de lo turbio de la situación.
  —¿Qué clase de joda es esta? —Dijo en voz alta y aluzando con la linterna grande y la del casco.
  Y a lo largo pudo ver la primer pared con la que te topabas, había algo escrito en ella, algo escrito con sangre oscura. Había sido escrito con las manos, podía verse en los trazos de dedos que tenía al final de las letras.
  Caminó con cautela y comenzando a demostrar el miedo que había ocultado desde unos metros atrás, logró estar lo suficientemente cerca para poder identificar lo que decía.
  “¿Es yo?”.
  ¿“Es yo”? Eso estaba mal escrito, lo que le hizo bajar un poco el miedo que comenzaba a subírsele, se burló dentro de su cabeza de la falta ortográfica que había escrita. Pero no pudo evitar el rastro de sangre que había en el camino de la derecha.
  ¿Era ya momento de regresar por el camino en el que había venido?

La grietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora