Parálisis

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Observaba a través de aquella ventana los grises matices que acompañaban la tormenta. Con mirada sombría y penetrante, me disponía a prestar atención a cómo se fragmentaban las gotas de agua cuando chocaban ferozmente contra la ventana, como si de coincidencias y metáforas de la miserable vida se tratara. Eran las 10 de la noche de una tormentosa lunada de un 30 de Julio. Degustaba una cena liviana como si fuera la última que presenciaría mi sistema, sin saber que lo sería.

Tengo vagos y pocos recuerdos de lo que un día fue mi felicidad, o de el último respiro que tomé sintiendo el aire recorrer mi sistema respiratorio como si de un rito se tratase antes de dejar marcada una huella en la historia como un efímero momento de mi presencia en ella.

Las noticias se repetían con las mismas historias homogéneas e insípidas de problemáticas de esas que abunda en un país del tercer mundo, pero sea mi caso, convivía con el privilegio de poseer aquella clase social anhelada por los soñadores y mal gestores. La noche se asentaba tranquila a pensar de irrumpir con salvajes azotes a la ventana propiciada por los fuertes vientos, pero no me importaba, eran de los momentos más etéreos que podía disfrutar mientras aún vivía.

Baje de mi habitación hacia la cocina haciendo caso omiso a lo que ocurría alrededor. Una aclaratoria de que esa noche nadie, ni yo mismo, notaría mi presencia. La hipocresía reinaría la mañana siguiente en esas personas al notar que me despedí de la vida sin irme.

Esos pensamientos suicidas me obligaban a hacerme la ilusa idea de que yo no merecía ser parte de este mundo; sino, pertenecer a esas redes del cielo del que pocos eran privilegiados, y sí, yo creía en que la muerte y el alma sería avalada más por tus favores callados que tus acciones en ruido.

El paso del tiempo se volvió lento como si fuera a un tempo de música de suspenso dilatada a la mitad, pero no me importaba, mi mirada seria y sin emociones prestaba más atención a aquella luz que emanaba de la oficia en la que se asentaba alguno de mis dos progenitores. No tengo remordimiento de esa escena, no tengo el remordimiento de creerme un asesino de las probabilidades de la vida y, mucho menos, de creer que le importo a alguien o que mi presencia afecta directamente a las de ellos; cuando sé que sí lo hace, incluso a la de todos.

La noche se hacía más profunda y la lluvia se hacía sentir más cerca de mí, una lluvia que me abrazaba sin tocarme. Me hablaba con más sentimientos que no sabía expresar que con palabras de las que no podía decir. Era hoy, ésta era mi noche, y yo era valiente para afrontarla.

Hice lo que debía. Dejé mis utensilios donde degusté un festín de comida liviana mirando fijamente a aquellos cuchillos que se posicionaban a mi izquierda, y no, no los tomaría, sería muy rápido y el momento no lo ameritaba.

Subí las escaleras escuchando cada paso que daba, giré la perilla y me adentré a mi cuarto.

Me paré ante la ventana y observé la calle, era una tormenta serena que inundaba las aceras, pero me encantaba la sensación del desastre. Me dio un aire de tanta tranquilidad que aún lo recuerdo como si hubiese sido hace momentos. Me dijo suavemente al oído que mi egocentrismo no podía permitirle darle el lujo a mis peores enemigos, que tenía mejores cosas que hacer antes de pensar en irme a otro lugar al que no quería pertenecer. Y le hice caso, ella me lo hizo sentir.

El celular pasaba factura a mi miopía, y lo podía entender. Era necio y prefería invertir mi tiempo de sueño en aprendizajes nocturnos y documentales, no me importaba, era mi florecimiento culto que alimentaba mi excéntrica mente. Tomé un respiro y me liberé del estrés que cargaba sobre mis hombros. Puede llamarse que a mis 16 años sería una tontería, pero yo había logrado más objetivos que varios de 20, amaba el adelantarme a los momentos como si fuera un maniaco, pero amaba el aprendizaje prematuro.

Me postré sobre mi cama, anteriormente a esto había dejado mi teléfono móvil fuera de mi alcance, quería descansar y no ocupaba tener comunicación con alguien esa noche, ahora que lo medito, quizás todo estaba predestinado como si fuera un mandato ya prescrito.

El cansancio abundaba en mi escuálido cuerpo, la mirada se me hacía pesada, me sentía agotado. Todo esto se acompañaba a mi mal dormir, pero no daba a más, estaba por caer a las manos de Morfeo.

Miré por última vez aquella sombra que se hacía presente gracias a la majestuosa luna y a mi brillante idea de dejar las cortinas abiertas. Las ventanas reflejaban en la pared la forma de una cruz que dependía de su posición con respecto a las sombras y a la luz, pero no presté importancia, ya el leviatán estaba en camino sin siquiera sospechar algo.

Como si fuera momentáneo, me empecé a dormir, mismo momento en el que condenaba mi destino.

Unos susurros en canto de gloria acompañaron mi rumbo, como si tratase de voces de niños a lo lejos que velaban por mi alma. Sentía unas suaves manos que tomaban mis pies con delicadeza como si fuera la celebración de un bautizo. Inerte a la situación sentía la alucinación de agobio y pánico que recorría mi cuerpo mientras era transportado a una cátedra donde reprochaban mis pecados. Sentí un chirrido a lo lejos de mis oídos que me hacía creer que viajaba en una carretera a altas velocidades mientras me seguían miles de penumbras que buscaban mi ascenso a los cielos.

Puedo hablar de sentir esas sensaciones con increíble terror que me abundaba y, noté en ese instante, como una orquesta guiaba mi camino hacia un pozo donde sabía las consecuencias. Fui tratado como lo que era, sentía a esos demonios acompañarme al acantilado donde fui arrojado contra mi voluntad hasta sentir un rotundo golpe contra el pavimento que le dio a mi cuerpo una descarga de energía que me movió como si se tratara de una convulsión hacia una posición donde tenía mi cara contra mi almohada. Fue entonces, donde desperté sin despertar, donde sabía sin saber, fue ahí cuando desperté de mi pesadilla para adjuntarme a otra, pero esta era real.

Estaba vivo, pero sin el oxígeno suficiente para entender mi sino. Intenté respirar, pero no podía, mis gemidos eran rotundos pero las ondas sonoras no iban a más allá de esas paredes de concreto sobre las que yacía mi hogar, nadie me escucharía, tenía pavor, quería llorar, me arrepentía de esos pensamientos de valentía de afrontar a la muerte cuando irónicamente clamaba por mi vida sin que nadie, más que yo mismo, había atentado contra ella. Mis dedos emanaban descargas eléctricas y movimientos involuntarios orando y rezando para poder despertar forzando mi cabeza y mi mente para hacerlo de medida desesperada.

Fueron momentos cuando sabía lo que pasaría, y ahora, ante las penas y el trono de los cobardes, un círculo aguarda por mí. Me quedan segundos, no soporto más mi cuerpo, no soporto más la angustia que vivo, no soporto el haberme creído capaz de enfrentarme a lo trágico, y como una muestra cobarde, son segundos los que me esperan. Pido perdón, pido que..., que..., ...

ParálisisWhere stories live. Discover now