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Crowley había llegado en una onza de otoño. Aziraphale le observó algo aturdido, ansioso, la botella granate que traía el demonio se sacudía leve entre sus uñas negras, sus dedos finos.

— ¿Pasa algo, Crowley? ¿Te encuentras bien, querido? ¿No deseas un poco de té?

— No, ángel. No pasa nada —observó el mosaico de colores que se conjugaban con los lomos de los libros—. Sólo quiero vino, ¿hablamos?

Crowley se había sentado en el sofá con compartimiento, encendió las velas del mesón con un chasquido. El fuego bailaba a su frente, pequeña, y brillaba en sus lustros zapatos, cuando Aziraphale le observó ya sentado en el sillón, porque nunca, Aziraphale nunca se sienta a su lado¹, miró el reflejo de la llama en sus gafas, una imagen de la llamarada mucho más hermosa que la original.

— ¿De qué deseas hablar, querido? ¿Ocurrió algo importante?

Puess —Crowley siseó, se mordió los labios nervioso—, estaba buscando algo y terminé pensando en otras cosas

— Oh, ¿Qué cosas? —preguntó sorbiendo un poco de vid.

El demonio aprovechó el silencio, y tomó toda su copa de un trago. Corrió las gotas de sus labios con su muñeca, en un acto brusco que lastimó su mentón. Aziraphale entendió que sería una larga, y quizá íntima, conversación.

— Estaba aburrido, y... Mierda, si te burlas

— ¡Juro que no me burlaré, lo prometo! ¡Palabra de ángel!

— Bien —suspiró y observó el fuego—, una de mis plantas se marchitó. Murió. Me molesté —frotó su sien—. Decidí escuchar musica de Queen en mi teléfono, hasta que el reproductor cambió y comenzó una canción de una banda que no conocía

— Entiendo...

— Al principio pensé "solo quiero la voz de Freddie, váyanse a la mierda" pero luego no llegué a tiempo a cambiarla —técnicamente era verdad, a excepción de que no logró cambiar la canción porque tropezó con el macetero de su hija muerta y cayó—. Entonces decidí dejarla hasta que acabara. Pero no resultó tan mala como creí

— ¿En serio te gustó? —el ángel consultó sonriente, el amor que Crowley mantenía a Queen era etéreo. Recuerda como tuvo que consolarlo por teléfono, porque él no pudo hacer nada para evitar la enfermedad de Mercury, porque en su último concierto intentó hacerlo y lo único que logró fue empeorar el sida.

Aziraphale sabía que era esos momentos donde Crowley se cuestionaba todavía más el hecho de ya no ser un ángel. No importa lo años que pasasen.

— Sí, me gusta —respondió calmado, siempre observando al ángel. Se convenció que era por el alcohol, si está calmado, es por el alcohol—. No tenía mala letra —dejó de mirarle— y la letra me hizo pensar tantas cosas... Hablaba sobre una colisión de estrellas de neutrones como el amor, ¿Sabes? Y de ahí pensé dos cosas muy humanas. Pensé en la creencia que sienten los humanos, es decir, mira —sonrió apenas— ellos no creen en Dios, creen que es una patraña y la ciencia lo es todo. Conspiran con que hay algo más allá de las estrellas

— Ahí está Dios, querido

¿Lo está?

Aziraphale tenía el sí en la cúspide de la lengua, claro, lo estaba. Ellos se conocieron en el Edén, ellos provenieron de ella. Entonces sintió la mirada de Crowley, la fina y precisa sensación de ser cuestionado. Supo, de alguna manera, que el demonio estaba conspirando mucho más allá de ello. ¿De verdad lo estaba?

— ¿De verdad lo está, Aziraphale? ¿De verdad? —el ángel no percibió el milagro demoníaco, solo observó a Crowley beber el vino de un sorbo brusco otra vez—. ¿Dónde está ahora? Cuestionándonos por algo que sabía que ocurriría, trazando caminos que llevan a barrancos

Colisión de estrellas de neutrones | good omensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora