Ochenta y uno

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Ochenta y tres

Se miró una ultima vez en el espejo mientras acomodaba el cuello rígido de su camisa azul.

Soltó un suspiro preocupado al ver su cabello sin forma; no había mucho que se pudiera hacer al respecto.

-¿Listo? -preguntó Daniela detrás de él.

Erudiel dio media vuelta con gesto nervioso y se obligó a asentir. Como cuando había tenido que recitar su oratoria a todo el salón. Mal recuerdo.

-¿Cómo me veo?

Su hermana sonrío con melancolía.

-Igual que papá.

Eru apretó los labios y bajó la cabeza; memorando las fotografías que conservaba de su progenitor.

-Vámonos -exclamó Daniela de repente al tiempo que tomaba las llaves de la mesa junto a la puerta.

~*~

El olor dulce del perfume se impregnó en su vestido floreado y se dispersó por toda la habitación. Dio una ultima mirada a sus zapatos altos; no estaba segura de usarlos, la feria no era el mejor lugar para caminar sobre zancos.

Además, prefería no verse muy alta junto a Gustavo, mejor conocido como Erudiel.

Su reflejo en el espejo le agradaba más que nunca; y todo gracias a meses de dieta y ejercicio. No había sido fácil ignorar la tentación de darle una mordida al postre... o pedir agua natural en vez de su refresco favorito. Pero había llegado a la conclusión de que los resultados valían la pena. Sin mencionar que todos sus esfuerzos por conseguir una mejor salud había surgido a partir de la enfermedad que la atormentaba. Casi podía sentir el suero entrando por sus venas.

Sacudió la cabeza con el fin de apartar esos pensamientos.

-¡Ya me voy! -exclamó desde la puerta de entrada.

-¡Aja; cuídate! -respondió su mamá a la distancia.

~*~

Solo había espacio en su cabeza para un nombre: Débora

Su cerebro había dejado de concentrase desde hacía mucho por culpa de una muchacha unos años mayor a él. Alguien de ojos apagados pero curiosos; con su cabello siempre suelto y olor a limpio.

-¿Ya casi llegamos?

Daniela lo afirmó con un simple gesto.

Eru bajó la ventana de su puerta para tomar algo de aire con el fin de no desmayarse de los nervios y la emoción.

¿Qué le diría a su amor platónico?

Para empezar, ¿le saldría de la boca alguna frase con sentido?

-¿Nervioso? -formuló su hermana con gesto burlón.

-Más o menos.

-No tienes porque estarlo; Deb no hace juicios apresurados.

Eru gruñó; odiaba cuando acortaban el hermoso nombre que Débora tenía.

No tardaron en llegar a la feria anual localizada en Nashville, capital de Tennesse.

A pesar de que la feria siempre consistía en lo mismo, la gente no dejaba de asistir.

-¿A qué hora te recojo? -pregunto Dani.

-No se... yo te marco.

Ella asintió mientras giraba el volante en una curva. Cinco minutos más bastaron para entrar en el enorme y concurrido estacionamiento de la feria.

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