Capítulo 8

102 8 2
                                    

VIII

Dolor, horror, verla caer destrozó su alma en mil pedazos. Sus lágrimas la desbordaban, su corazón se detuvo en el momento que miró el rostro de Irene desaparecer en el vacío, precipitarse hacia la muerte, hacia su eterna condena.

Un grito ahogado, un grito mudo en su garganta pues sabía que no podía ser escuchada y de pronto todo se volvió negro, la escena se difuminó desapareció, quedando ante ella su demonio. Ojos enmarcados en llamas, rostro imperturbable, hermoso a pesar de la eternidad penando en el infierno. Sus ojos almendrados se ahogaron, mirando a Irene con dolor y horror, sin poder comprender por qué el destino la golpeó de esa forma, ella no lo merecía. Sin poder evitar los escalofríos que acudían a ella rememorando el impacto de verse a sí misma ardiendo en la hoguera, de ver los ojos pardos de Irene congelándose en una mueca de dolor.

No sabía dónde se encontraba, estaba en ninguna parte y en todas a la vez, suspendida en el limbo de los sueños, sin querer despertar. Quería dormir eternamente, quería permanecer a su lado, su alma entera le gritaba que era a ella a quién pertenecía, a pesar de su oscuro pasado, de sus macabras intenciones. Ella la amaba y eso era lo único que la mantenía en la línea de la cordura. Sin Irene estaba incompleta.

Miró su rostro, imperturbable, inalterable, se perdió en su mirada, notando como el rojizo oscuro mutaba en castaño, como en ese rincón que no pertenecía a nadie, Irene recuperó un poco de su humanidad. Vio las amargas lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas, el sonido ahogado de su voz la sacó de sus ensoñaciones.

-Ahora ya lo sabes, ahora ya lo entiendes.

-No, te equivocas, lo único que entiendo es que debemos estar juntas pero no podemos, eso duele Irene.

-Podemos, en tus sueños, mas yo soy oscura, mi alma está negra y podrida, ya no soy aquella que amaste una vez y tú no eres aquella a quién yo amé, nuestro momento pasó, nos lo arrebataron.

-Encontraré la manera de salvarte, de sacarte del infierno, no mereces estar ahí.

-Mi trabajo es llevarte conmigo, de la mano ante Satán, mas no puedo dañarte, no puedo herirte, lo que queda de mi corazón sigue amándote con fuerza. Ahora debes despertar, debes irte Inés.

-No, no me obligues a despertar, quiero estar aquí contigo, no puedo irme, no puedo dejarte.

-Despierta Inés.

La imagen de Irene se fue difuminando, a medida que la castaña iba poco a poco volviendo a la consciencia con el rostro empañado en lágrimas. Abrió los ojos buscándola, por todas partes, desesperada y vacía, comprendiendo por fin que la mitad que le faltaba a su alma era Irene, gritando con fuerza, con rabia, odio y miedo, porque la mitad de su ser no podía estar con ella, no podía estar a su lado.

Las horribles imágenes de su sueño martilleaban su cabeza y debía sacarlas antes de enloquecer, con prisa cogió su cuaderno, las páginas cada día estaban más hinchadas de palabras, de relatos que narraban una historia de amor desgarradora y cruel, un destino horrible que se le había permitido conocer.

***

Fueron pasando los días e Irene no venía a verla en sueños, pasaba el tiempo y ella no acudía, a pesar de que Inés la llamaba desesperada antes de dormirse, lloraba sin control sobre su almohada, encerrada en su habitación sin salir, apenas probaba bocado y apenas descansaba. Su rostro se volvió pálido y ojeroso, fue perdiendo peso poco a poco, hasta quedar sumida a una sombra de lo que fue. Se dormía agotada con el cuaderno en sus manos, con el retrato escueto que había dibujado de Irene, porque cada día que pasaba sin verla se daba cuenta de que su amor por ella crecía hasta rozar los límites de la obsesión.

Al despertar sus ojos estaban inundados de lágrimas, noches sin sueños, noches sin ella. Llegó a creer que todo había sido producto de su mente mas era imposible, no podía haberse imaginado un sentimiento tan profundo por alguien que no existe. La necesitaba tanto que se iba sumergiendo poco a poco en la locura, perdiendo la razón por completo.

Cuando creyó que su mente lúcida se desvanecería para siempre, se fue a dormir resignada, deshecha y convencida de que nuevamente su noche sería tranquila y sin sueños, noche vacía, noche sin ella.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y abrió los ojos a una velocidad vertiginosa, en seguida reconoció la habitación de las llamas pero no había fuego en ella, solo estaba Irene. Sentada en el suelo contemplando el infinito, sin mirarla directamente. Se quedó quieta un instante, deseando de corazón que fuese real y no producto de sus anhelos profundos, se quedó quieta sin moverse hasta que el demonio la miró, como siempre lo hacía, pasión. Una mirada que la enloquecía en cuestión de segundos. Empezó a temblar, no de miedo, ni de frío, el tembleque de todo su cuerpo se debía a la emoción de ver ante ella a la dueña de su alma, a la dueña de todo lo que sentía. La había echado terriblemente de menos.

Se levantó lentamente, su negro vestido arrastraba el polvo del suelo en su dirección mientras poco a poco se le fue acercando. Su mirada ya no era tan oscura como la recordaba, sería porque a su lado recuperaba una parte de su humanidad perdida. Su rostro seguía siendo imperturbable, no reflejaba emoción alguna, a pesar de que Inés lo sentía, ella también la había echado de menos.

Cuando estuvo a su altura alzó la mano, haciendo un amago de acariciarle el rostro a pesar de que las barreras de su mundo se lo impedían. Demostrando una vez más que no podían tocarse, el rostro de la morena se llenó de lágrimas silenciosas y su mirada se tornó triste, observando de cerca a aquella que fue el gran amor de su vida.

-Te he echado de menos, me duele que te hagas daño Inés, no comes, no sales, solo lloras y a mí me destroza.

-Estoy bien, ahora que estás aquí ya estoy bien.

-Acabarás enloqueciendo, el te ganará la batalla. Inés debes ser fuerte, quiere tu alma y no parará hasta conseguirla.

-¿Por qué mi alma? ¿Por qué la tuya?

-Eso no puedo saberlo, veo muchas cosas mas muchas otras me son desconocidas. Solo puedo pedirte que te cuides, tu locura será su arma, tu locura te llevará a sus manos y yo no puedo consentirlo.

-No vuelvas a desaparecer, prométeme que vendrás a mis sueños cada noche y yo no enloqueceré.

-No desparezco, estoy a tu lado en todo momento, aunque no me puedas ver.

-Prométeme que vendrás a mis sueños, cada noche, prométemelo.

-Tus sueños son tu tortura, ¿Cuánto aguantarás sin tocarme? Debes olvidarme, debes seguir sin mí. Mi tiempo ya pasó el tuyo ahora empieza.

-Quédate Irene. Prefiero mil veces tenerte en mis sueños que vivir un solo día sin ti.

¿Cómo negarse a los deseos de su amor? ¿Cómo no concederle todo aquello que le pedía? Sus oscuros ojos se clavaron en los asustados e impacientes ojos almendra de Inés. Suspiró sintiéndose derrotada y vencida y pronunció su promesa, sabiendo desde lo más profundo que cometía un error, que su presencia en los sueños de Inés serían el detonante de la tragedia, sabía que su amada enloquecería.

-Te lo prometo Inés, cada noche en tus sueños estaré.

Continuará...

Un alma oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora