Capítulo 9

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IX

La oscuridad se cernía sobre ella, el aliento helado de Satán en su nuca, sabía que había fallado, que iba a ser castigada y solo de pensarlo temblaba de horror. Por primera vez en su larga muerte había fallado en su cometido, no había podido traerle a su señor el alma deseada, no había podido cumplir el capricho del maligno, su corazón ennegrecido había recordado el profundo amor que sintió estando viva, había encontrado a su amada más allá de la muerte y no podía ser ella su verdugo, le fue imposible.

Sabía que su señor leía su alma oscura como un libro abierto, sabía que su existencia pendía de un fino hilo y que corría peligro acudiendo a los sueños de su amada cada noche, aunque no pensaba faltar a su promesa, no después de haberla encontrado, no sabiendo que sin ella Inés se sentía perdida. No podía soportar su sufrimiento y odiaba no poder secar sus lágrimas, no poder besar nuevamente sus labios, abrazarla y regalarle fortaleza. Todo cuanto tenía para ella era la promesa de no abandonarla e, interiormente, sabía que la protegería a costa de perderse a sí misma eternamente.

Por primera vez sentía el valor que había perdido, se sentía fuerte y capaz de enfrentarse a los siete infiernos si así salvaba el alma blanca y pura, llena de luz de Inés.

Esperaba a que él le hablara, llevaba horas a su espalda, congelándola con su aliento. No podía ver su rostro mas no lo necesitaba, sabía que ostentaba una sonrisa cínica y que sus ojos brillaban de malicia, sabía que en cualquier momento la condenaría y la destruiría mas no se dejó amedrentar. Inés le había dado una fuerza desconocida, una pequeña luz que brillaba entre sus sombras, sus ojos almendra en su mente y valor para enfrentarse al padre de las tinieblas sin miedo.

-Lo has hecho bien, sabía que solo tú podrías lograrlo, ella pronto será mía.

-Nunca lo será, no la he atormentado, no la he herido, ella nunca será tuya.

-Te equivocas Irene, tú crees que la has salvado pero has envenenado su mente con la idea de un amor que jamás será suyo, ese veneno corre por sus venas y la va a traer directa a mis brazos, nadie más que tú podía desempeñar esa tarea, solo tú que eres su alma gemela podía conseguir enloquecerla de tal modo que quiera quitarse la vida.

-Mientes, ella no será tuya, ella no cometerá mis errores.

-Deberías estar feliz, por fin después de tantos siglos tu amada y tú estaréis juntas de nuevo, juntas eternamente entre las llamas.

Sintió pánico mas no lo mostró, él estaba mintiendo, tenía que mentir. Inés no iba a quitarse la vida, no después de ver todo lo que ella le había enseñado, no después de saber su cruel destino.

Tenía que verla, necesitaba verla de inmediato mas no podía escapar, estaba presa, no podía ir a su lado y el presentimiento de que algo horrible le había pasado a la castaña la estaba devorando. Seguramente era su castigo por no haber cumplido el cometido, ese dolor que nacía en los trozos de un corazón muerto y podrido, dolor punzante y desesperación. En su mente un único pensamiento, dirigido a aquella que amaba sin saber si está sería capaz de escucharlo.

- Inés, estés donde estés, no cometas ninguna locura, no te condenes, no atentes contra tu vida.

***

Para Inés los mese siguientes fueron un tortuoso camino hacia la locura, perdió poco a poco la razón. La advertencia de Irene sobre los efectos de sus sueños habían caído en saco roto, más si hubiese escuchado no habría llegado a semejante situación.

Vivía enteramente para que llegase la noche y con ella sus sueños, no salía de casa, encerrada en su habitación escribiendo sin parar, leyendo hasta perder la vista, todo cuanto se había escrito sobre castigos infernales, almas condenadas, leía y lloraba, leía y gritaba, leía esperando la hora de reunirse con la demonio.

Un alma oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora