La inseguridad es un sentiemiento terrible. Es abrumador, y crece sin siquiera poder darte cuenta.
La sensación de estrés constantemente corrompe tu cuerpo, tus músculos, tu corazón; incluso tus huesos. Puedes sentirla recorrer cada parte de ti, incesante.
La anticipación a la tragedia no es mejor. Es capaz de destruirte y volverte a armar en cuestión de segundos.
El ardor punzante en tu garganta, ese que te advierte y no se va. Si, la inseguridad es una de las sensaciones más terrorificas que un humano puede experimentar; y para su desgracia o furtuna, él es eso: un simple humano.
..........
—¿Papá no estará hoy tampoco? –Le cuestionó la pequeña de tersa piel. Sus ojos expectantes de una respuesta positiva.
—Está ocupado. Ya vendrá...–Respondió segundos después de que la cuestión hubiese sido planteada.
—Uhm..... Ser el héroe numero uno es difícil....–Murmuró ella con ese deje de tristeza heredado. No podía evitarlo, lo extrañaba mucho.
El otro no dijo nada más. Estaba totalmente de acuerdo con la de tan claros cabellos.
Ser el héroe número uno era difícil, si. Aunque si lo pensaba un poco, ser la familia de éste; tampoco era sencillo.
......
Usualmente le era más sencillo aguardar por él, atento. Usualmente era menos rebosante la tristeza y dolor de la separación, usualmente era capaz de soportarlo pero ahora; con Eri entre sus brazos, cayendo dormida en aquella eterna espera a la que él estaba tan acostumbrado, era completamente abrumador.
La ansiedad lo estaba consumiendo desde el centro, desde lo más profundo de su ser y no podía soportarlo. Era desgarrador, era una tortura que ya no quería seguir padeciendo.
Se sentía estúpidamente débil, vulnerable y quebradizo como si en cualquier momento las fuerzas fuesen a abandonarlo y de él sólo quedase el viento. Sus hombros tensos, músculos rígidos y corazón acelerado se lo hacían saber a cada momento; no podía más.
La incertidumbre de no saber que pasaba, donde estaba o si como mínimo, estaba bien. El no conocer su paradero, todo, lo estaba rebasando.
El calor en su pecho es doloroso, y quisiera poder arrancarlo de fondo; poder enterrar sus dedos y despojarse de el aunque eso significase quedar mal herido. Porque herido se encontraba desde hace mucho tiempo.
Pensaba en muchas ocasiones el coger su cabello y tirar de el, liberarse del estrés. Pensaba en salir corriendo, gritar y hacer que lo sepan, pensaba en coger a su hija y mostrarle al mundo que incluso de él pudo nacer algo tan bello, tan puro y hermoso como su esposo.
Pensaba tantas cosas, y no concretaba ninguna.
No podía evitarlo. Era un cobarde.
No podía evitar pensar en el futuro, en la reacción de la gente, el descontento, la seguridad de su esposo e hija. No podía evitar ser consiente de que su posición en aquella familia solamente les traería desgracia.
Abrazó a su pequeña niña con fuerza, no demasiada; no quería incomodar. La observaba, cuidadoso en cada detalle.
Era una niña completamente hermosa, y tan parecida a su persona. No podía entenderlo, su adorable peliverde era muchísimo mejor como modelo para moldear al fruto del amor que se profesaban y sin embargo, era como él; cabellos claros de un azul sumamente tenue, casi blanco, ojos de un tono carmín, piel por poco transparente y colmillos prominentes. En cambio, aquellas largas pestañas, su ingenua personalidad, lo suave de su piel, su preciosa sonrisa y mirada brillante era única y exclusivamente herencia del héroe en ascenso más grande que el mundo alguna vez conoció, y quien a su vez era el amor de su vida.
Observandola se perdió y pensando en la felicidad que el incesante dolor le a traído, cayó dormido. Ambos tumbados en el piso, frente a la chimenea y con Shigaraki reposando su espalda en la base del sofá a la par que Eri sobre su pecho; ninguno pudo percatarse de la llegada del pecoso quien entre sus manos cargaba dos bonitas cajas de regalo.
Con sumo cuidado, y aportando el menor sonido posible al ambiente; se encaminó y tomo lugar a un costado de los dos seres más importantes que tenía. Beso la coronilla de cada uno, complacido.
El reconfortante calorcillo proveniente de la chimenea volvía agradable el estar sentado sobre el comúnmente frío suelo. Se abrazó las rodillas, fijando la mirada en aquellas llamas constantes; perdido.
Anonadado ante aquella danza, y tan culpable. Siempre tan consciente.
Le era prácticamente imposible no ceder a la decepción de si mismo. Él es un héroe, entonces, ¿por qué no puede mantener la alegría de las personas que más ama? Honestamente el lo sabe, y no quiere seguir pensando en ello.
Lo admitió, eso es verdad. Un bastardo egoísta.
Porque, pos supuesto ante puso su sueño antes que su responsabilidad, y viceversa. No tenía una excusa, él simplemente quería mantenerlo.
Quería mantenerlo todo, y al mismo tiempo; cada cosa, cada situación, cada momento.
Lo estaba perdiendo todo.
No estuvo el día en que sus primeros pasos fueron recorridos, cuando su inocente vocecilla pronunció su primer letra, cuando el primer dibujo fue dedicado o cuando el primer regaño fue impuesto. Lo estaba dejando ir.
Incluso en ese momento. Un día tan importante.
Eri estaba de cumpleaños. El numero seis, y lo dejó pasar.
Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y al mismo tiempo; no podía interferir. Pudo haberlo hecho antes, se negó a ello, dejándolo ir.
Ahora sus nublados ojos gritaban de impotencia, rabia e indeciso busca una opción; algo que no le aparte de ninguno de los mundos. Estaba pagando, lo sabía.
Lo único que pedía, y sabía que tal vez era demasiado; fue no ver involucrados a su esposo o hija. Ellos no tenían que sufrir, no tenían que llorar, no tendrían que esperar sentados frente al ardiente fuego un 24 de diciembre.
Ellos definitivamente no tendrían que vivir su vida a medias solamente por él, y aunque deseaba encontrar una solución, nada parecía querer funcionar. Así como su corazón partido en porciones, las cosas no encajaban; provocandole un ardor en el pecho, tan conocido.
Inevitablemente el peliazul abrió sus ojos, con pereza por supuesto. Cansados de la espera y el maltrato que las usuales lagrimas significaban para él.
Una melena verde captó su atención, y el movimiento captó a su vez la de la pequeña prueba de su amor. Ambos le observaron con detenimiento, temiendo que se tratase de un simple sueño.
—Feliz cumpleaños, Eri. –La melodiosa voz inundó los corazones de los dos emocionados integrantes de su pequeña familia. —He traído para ti algo especial. Perdona a papá por despertarte tan tarde.
—¡Eso no importa! –Negó con rapidez, lanzandose a sus brazos. —Eso no.... Eso no importa, papá....–La dulce tonada de su voz se vio teñida del terrible hipido producto de las lagrimas que la primogenita del héroe número uno se negaba a soltar. Nadie se atrevería a negar el hecho de que el peliverde parecía sufrir de igual o mayor manera que su hija, por lo que al final, Tomura volvía a ser fuerte; los cogió a ambos entre sus brazos, y apretó tan fuerte como pudo, reconfortando las grietas que ambos adultos deseaban cerrar para siempre y no ver aparecer en su vida nunca más.
Al final podía decir que estaba feliz. Su amado se encontraba bien, dentro de lo que su trabajo le permitía, claro. Su pequeña lucecilla parecía tan aliviada al tenerlo de vuelta que sólo con esas dos situaciones ya le era suficiente para poder dormir sin temor a soñar con la tristeza de verlo partir al día siguiente.
Porque, aunque no eran capaces de compartir tanto como quisiera; lo cierto es que la seguridad de estar todos juntos en casa nadie se lo podía quitar.
[¡Shigadeku! 🔥💕🙌 ¿Continuación de “Perdet”? Tal vez. Aunque lo cierto es que me apetecíó terminarlo debido a un comentario en dicha historia. Espero que les halla gustado y me digan que les a parecido].
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Geborgenheit.
FanfictionGeborgenheit [palabra de origen alemán], significa literalmente: Sentirse seguro con las personas que amas. [ADVERTENCIAS: Los personajes no me pertenecen en ningún sentido, por tanto doy a entender que no hay intento de plagio o lucro alguno en es...