Capítulo IV

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Me desperté por la tenue luz que invadió la estancia, me costó asimilar donde me hallaba y cuando lo hice suspiré ya que tenía la esperanza de que el día anterior hubiese sido solo un sueño.

Contemplé las vigas que decoraban el empinado tejado mientras pensaba en mis padres qué  tal estarían en nuestro yate de lujo en España.

Me incorporé y toqué mi cuello ya que me dolía ligeramente. Puse mis pies en el suelo el cual estaba frío debajo de los mismos.

Me vestí poniéndome una blusa amarilla, una falda vaquera y me recogí el pelo en una alta cola de caballo.

Bajé los escalones con sumo cuidado para que estos no se rompieran y entré en la cocina donde se hallaba mi abuelo con una taza de café y leyendo el periódico. Me senté en la silla que se encontraba frente a él y este me ofreció una sonrisa.

—¡Qué madrugadora! ¿Qué tal has dormido?— Me dijo este al tiempo que me levanté para prepararme el desayuno.

— Bien y ¿tú?—

—De maravilla.—

Lo que me encantaba de mi abuelo era el aire positivo que desprendía.

Cogí una taza tras rebuscar en varios armarios, abrí la nevera para ver su contenido y me decanté por un poco de fruta y un café cuyo sabor era espantoso. No estaba acostumbrada a prepararme mi propio desayuno y después de aquel verano ya no lo volvería a sentir.

— Ayer no hablamos mucho, cuéntame algo.— Dijo mi abuelo sentándose a mi lado.

—No sé, ¿qué quieres que te cuente?—

—¿Tienes novio?—

Escupí el contenido del café de nuevo en la taza.

—No, no, no yo no tengo tiempo para esas tonterías.—

Era verdad, no creía en el amor, me parecía una pérdida de tiempo, una estupidez y me negaba a sentirlo.

— Venga con lo guapa que eres alguno se habrá fijado en ti.—

Nuestra conversación se vio interrumpida con la entrada de alguien a la cocina.

—Buenos días Richard le dejo el periódico.—

Se me cayó la manzana que estaba comiendo de las manos, el intruso no era nadie más que el chico rubio de ayer.

—Hola Nate, gracias.— Respondió mi abuelo, levantándose del asiento ayudado con su desgastado bastón , me hizo gracia la diferencia evidente de estatura, pero estaba demasiado absorta en la situación como para reírme.

—Ven Lyla te voy a presentar a Nate.— Me quedé de piedra y tardé unos segundos en reaccionar.

Me levanté y Nate me miró por primera vez desde que había entrado en la estancia.

— Hola preciosa.— Dijo.

— Tú.—Dije con desgana.

—¿Os conocéis?— Preguntó mi abuelo.

—Algo así.— Respondí apartando mis ojos de los ojos azulados de Nate.

—¿A qué es guapa? Pues no tiene novio.— Dijo mi abuelo.

—Abuelo a él que le importa.—

—Bueno yo me voy a segar al campo, os dejo.—Añadió mi abuelo y antes de salir chocó la mano con Nate y le susurró algo al oído que no conseguí captar.

Fregué el vaso mientras los ojos azules de Nate me contemplaban fijamente.

—¿Te importa?—Le pregunté dándome la vuelta.

Un verano, una historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora