Había una vez un dinosaurio. Él era muy feliz con sus amigos dinosaurios. Un día encontró una cueva, y ya que era muy curioso, entró. Tras dar unas vueltas se dio cuenta de que se había perdido, decidido a intentar salir. Comenzó a explorar la cueva, pasó días y días sin encontrar nada hasta que finalmente encontró plantas que comer y canales de ríos por los cuales beber. Sin embargo, aún no pudo ver ninguna salida. Ya rendido, se hizo un pequeño nido donde podía descansar. Desde su nido salía a comer y a beber, luego regresaba a dormir. Lamentablemente, con el pasar del tiempo las plantas que comía se fueron acabando y tuvo que comenzar a alejarse de su nido más y más. Tras alejarse mucho, se volvió a perder, no sabía dónde estaba su nido, no podía regresar. Entonces, ahí rodeado de barro y desesperación, una pequeña luz deslumbró el lugar. Corriendo, siguió la luz y al fin, después de tanto tiempo, el cielo logró ver, pero extrañado descubrió que su querido celeste por nubarrones grises tapado se encontraba, y una nieve oscura el suelo cubría. ¿Qué era lo que sucedía? No había plantas, ni animales y ni siquiera a sus amigos veía. Entonces, ¿qué hizo? te preguntarás. Caminó y caminó, por días, meses, años. Alimentándose de lo que encontraba, hasta que halló algo que lo heló por completo, los cuerpos de sus amigos sin vida tendidos en el suelo. Lleno de lágrimas, los enterró y continuó su camino. Finalmente, viejo y cansado, encontró un lago sobre lo alto de una montaña, rodeado de flores y pasto verde, el sol brillaba en lo grande y en el lago habitaban muchos peces. Después de tanto, había encontrado un lugar donde descansar, y con esa vista cerró los ojos por última vez, lleno de paz.
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Micro-cuentos increíblemente irrelevantes
Short StoryMicro-cuentos increíblemente irrelevantes