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Estoy muerto.

O lo estaré, si mi destino es el mismo que el de mi compañero. No esperaba que las cosas terminarían así. 

Siendo sinceros, dudaba mucho morir de viejo en la habitación de un geriátrico. Siempre he creído que moriría en un accidente de tráfico, o incluso de sobredosis. 

Pero nunca hubiera imaginado que moriría empapado en sangre y sesos ajenos. 

Respiro e intento mentalizarme del fatídico sino que inevitablemente he de afrontar, cuanto antes mejor: estos matones me van a volar el cráneo en unos instantes si no hago nada para evitarlo.

Los tres hombres, grandes y anchos como un armario, me miran, cabreados. A sus pies, el cadáver de mi compañero y amigo Tim.

Pobre Tim. Recuerdo que quería dejar las misiones, tener una vida tranquila, formar una familia y ser una persona normal. Ahora yace sin vida en un mar de sangre y materia gris.

-Podemos hacer esto por las buenas o por las malas -me gruñe el más bajo de todos. Es un farol: lo van a hacer por las malas de todos modos. Le quita el seguro a su pistola y se acerca a mí.- ¿Para quién trabajas?

-Ya lo sabes -escupo. Claro que lo saben. Pero quieren que lo diga yo. Hacerlo sería como firmar mi certificado de defunción.

El más gordo del trío, un hombre grande y calvo me coge por el cuello de la camisa y me levanta a dos palmos del suelo. 

-No vayas de chulito -me dice a cinco centímetros de la boca. El aliento le apesta a tabaco negro y a whiskey barato. Pongo una mueca de asco.- Sabemos quién eres, Roger Thunderbolt.

Siento un escalofrío recorrer todo mi entumecido cuerpo. Escuchar mi nombre salir por la boca de esa persona es lo peor que me ha podido pasar jamás. Que tus enemigos descubran tu tapadera en una misión es lo peor que le puede pasar jamás a un agente encubierto.

-Venga, chivato, no tenemos todo el día -dice el tercero, un cincuentón canoso y barbudo. Levanta su arma y quita el seguro. Trago saliva. Es el que apretó el gatillo que dio fin a la vida de Tim. No dudaría ni un instante en hacer lo mismo conmigo.

-Nos estamos cansando -grita el gordo, otra vez a cinco centímetros de mi boca.

Se están poniendo nerviosos. Quieren información. Pero ya me han torturado bastante y aún no han conseguido nada. Lo siguiente es matarme.

-Si lo digo yo -digo, con dificultad, pues sigo colgado de las manos del gordo- ya no tendría gracia.

El gordo me suelta con fiereza y me da un puñetazo en el pómulo que me tumba al suelo. Se llama Diego no-sé-qué y recuerdo que trabajar con él era lo que más pesado se me hacía el tiempo que duró esta misión. Un hombre con mucha tripa y muy pocas neuronas. Se dedicaba a hacer el trabajo sucio y a veces yo tenía que dirigirlo. Prefiero dirigir una tropa de 500 soldados en primera fila de fuego en Vietnam antes que volver a supervisar a Diego.

Se acercan los tres donde estoy yo, ignorando el cuerpo de Tim como si de basura se tratase. Me levanto de un salto y los miro. No sé si este será mi final; sólo sé que no me voy a quedar quieto esperando. Corro hacia el más bajo, que está situado a mi derecha, le doy un codazo en la nariz que lo desorienta durante unos instantes, tiempo que aprovecho para robarle el arma de las manos y dispararle en la pierna. 

Reconozco la pistola. Es una semiautomática de 6 balas. Le quedan dos. Por lo que veo, los otros matones llevan la misma arma que yo. El canoso me apunta con su USP y quita el seguro. Ha utilizado dos balas para quitarle la vida a Tim y otras dos cuando hemos entrado en la sala. Le quedan dos balas en el cargador y como mucho, una tercera en la recámara. Y, si no me equivoco, al gordo le quedarán también tres. 

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⏰ Last updated: Aug 31, 2019 ⏰

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No Candle No Light | z.m.Where stories live. Discover now