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Kayn observó de reojo a su maestro Zed y apoyó el rostro sobre su propia mano en un gesto desinteresado. Tres miembros de la Orden hablaban los asuntos pendientes que tenían con Zed en el umbral del extenso salón del líder. Eventualmente, miradas de recelo se fijaban en Kayn, quien se hallaba sentado en el viejo escritorio que Zed utilizaba, pero el joven Shieda ya se había habituado a ello. No sucedía simplemente cuando veían a Kayn junto a Zed, sino a cada momento; en los pasillos, en los rituales de entrenamiento y manejo de armas en el sagrario. Siempre.

Lo subestimaban por ser el integrante más joven de la Orden. Pero eso no suponía problema alguno para Shieda.

Cuando Zed me nombre líder, todos ustedes podrán ir despidiéndose de su existencia, pensó Kayn, a la vez que fijaba la vista en uno de los miembros que no dejaba de observarle a distancia. Tú no me intimidas.

La discusión se extendió por aproximadamente cinco minutos más y Kayn ya comenzaba a sentirse irritado. Zed había dispuesto un pequeño grupo al cual le encomendó una breve, pero no menos arriesgada misión de vigilancia, y nombró como guía a un iniciado en la Orden. No era que Kayn estuviese mínimamente celoso del cargo, pero desde hacía un momento había comenzado a preguntarse por qué a él no lo había incluido en la tarea.

Luego de un momento, Zed cerró la puerta tras de sí y se dirigió al lugar donde solía colgar sus ropajes. En un lento movimiento, se quitó el yelmo metálico que llevaba y habló.

—¿Tú no deberías estar entrenando? —dijo, girándose apenas en la dirección en donde Kayn se hallaba.

Zed no le había visto ingresar a su salón, pero supuso que estaría allí, sentado en su escritorio, limpiando sus armas o simplemente tomando una siesta como solía hacerlo de vez en cuando. Kayn se había hecho la costumbre de entrar y salir de allí como se le daba la gana. Niño malcriado.

El joven Shieda apenas gesticuló un ligero asentimiento y hojeó las páginas de uno de los libros que Zed tenía sobre el antiguo escritorio.

Ante la falta de respuesta audible, Zed alzó una ceja y se despojó de su abrigo.

—Creí haber dicho algo, Kayn.

—Ah, no estaba prestando atención.

Mentía, lo había escuchado perfectamente, pero qué importaba. Kayn continuó pasando las páginas del libro que tenía frente a sí, mientras seguía preguntándose por qué Zed no lo había incluido en el grupo infiltración; ¿es que acaso no era lo suficientemente bueno? ¿por qué él debía ir a realizar tareas aburridas a los templos mientras el resto se llevaba la mejor parte? Shieda dejó escapar un sonoro resoplido antes de cerrar el libro en un rápido y brusco movimiento. Bien, ya estaba cabreado. Mal manera de acabar un día.

Zed se mantuvo con una expresión neutral y caminó lentos pasos hacia su alumno. La larga túnica color vino que vestía se movía de manera ligera, cuyo cuello caído dejaba ver apenas su pecho descubierto.

—Calma —dijo Zed, pasando el brazo cerca del rostro de su alumno y cogiendo el libro que se hallaba sobre el escritorio. Retrocedió sólo un poco y lo dejó en una de las estanterías del salón antes de ubicarse detrás de donde Kayn estaba sentado—, todo se obtiene con calma.

Kayn hizo una mueca y rodó los ojos. Iba a incorporarse, pero entonces Zed posicionó sus manos sobre los hombros de éste. Kayn sintió un escalofrío; las manos de Zed estaban heladas y la diferencia de temperatura le provocó una sensación difícil de explicar. Se quedó quieto, mitad por la sorpresa y mitad por la intriga.

—Cierra los ojos —pidió su maestro y a Kayn le tomó unos segundos obedecer—. No luces bien... ¿Puedo saber por qué estás molesto?

—Pues... —resopló éste, frunciendo el entrecejo y haciendo un pequeño mohín con los labios, tal como lo haría un niño enfadado. Estando tras él, Zed necesitó inclinar el rostro tan sólo un poco para poder observarlo—. ¿No es obvio?

Placebo | ZeynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora