ii

1.4K 111 31
                                    

Al día siguiente, Kayn permaneció en su alcoba durante casi toda la mañana y la tarde. No tenía ánimos para salir, pero tampoco se sentía cansado ni tenía sueño. Ni siquiera sabía qué hacer. En su lugar, simplemente se quedó recostado en su cama, escuchando algo de música.

Horas más tarde, la noche había caído y ya casi era momento de su entrenamiento nocturno. Kayn se quitó la camiseta y se acomodó los pantalones holgados que usaba para entrenar, pero cuando iba a dirigirse para tomar a Rhaast y encaminarse al templo, desistió de la idea.

—¿Hoy tampoco iremos a desintegrar sombras? —Rhaast habló desde el lugar donde Kayn lo solía dejar; a un costado del ventanal de su habitación. Había observado a Shieda atentamente, esperando el momento en que éste amablemente lo tomara para tener un poco de diversión sangrienta en el ridículo templo de Zed, cuando de pronto se percató de que habían pasado cinco minutos y éste no realizaba movimiento alguno—. ¡Eres un vago, Kayn! Si no causo destrucción durante dos días seguidos realmente puedo enfadarme mucho, y a ti no te conviene que yo esté molesto —continuó el darkin, buscando provocarle—. Ya verás cuando controle cada fibra de tu inútil cuerpo, ni siquiera tu adorado maestro Zed será capaz de salvarte.

Kayn se acarició el antebrazo descubierto y de pronto sintió la piel de gallina a causa de la temperatura.

—Enfado... ¿mh?—murmuró Shieda en voz baja, arrastrando las sílabas—. Rhaast, ¿qué haces tú cuando estás molesto? Me refiero, antes de estar encerrado.

—¡Destrucción! —Rhaast respondió de inmediato sin siquiera pensárselo dos veces—. No hay placer más grande que ver almas en desgracia retorciéndose de dolor y agonía.

Al oír al darkin, de pronto Kayn comenzó a recordar las palabras que su maestro le dijo la noche anterior. Una manera de olvidar todo lo que te hace sentir molesto. Kayn se llevó una palma hacia los ojos y se recostó sobre el mullido colchón de su alcoba, reprimiendo una inminente sonrisa. Y sin quererlo realmente, en su cabeza comenzó a rememorar el tacto, las sensaciones y su respiración desigual; de pronto no supo si sentirse avergonzado o simplemente reírse de sí mismo. En ese entonces, cuando salió de la estancia del líder con una erección entre los pantalones y las mejillas rojas a causa del calor, no supo cómo tomarlo e incluso ahora, pensándolo con un poco más de calma, le costaba asimilarlo aún. Lo de ayer había sido nuevo; nuevo en todo sentido... tanto, que recordarlo le causaba un ligero cosquilleo sobre su abdomen.

—Tienes un concepto muy raro sobre placer, Rhaast.

—No necesito comentarios de un niñato que no conoce la verdadera violencia como tú.

Kayn esbozó una media sonrisa al oírle.

—En fin, me recordaste algo —mencionó sincero y se levantó de su posición.

—El entrenamiento, supongo... Aún estamos a tiempo. ¡Vamos, llévame! —ordenó Rhaast, pero entonces los segundos pasaron y el darkin notó que Shieda caminaba en dirección a la puerta de su habitación sin siquiera volverse hacia él—. Espera, ¿qué haces? ¿No me llevas? ¡Idiota, sin mí no eres nada!

Ya en el umbral, Kayn se giró hacia Rhaast.

—Iluso —mencionó éste, casi burlescamente—. No iré a entrenar.

Sólo le había faltado mostrarle la lengua, pero Kayn no tenía ganas de comportarse tan infantil. Al menos no con Rhaast.

Luego de cerrar la puerta y dejar al darkin encerrado en su habitación gritándole todo tipo de insultos, Kayn se arrastró a través del corredor.

Esa noche, el edificio estaba especialmente silencioso, lo cual probablemente se debía a que la mayoría de los miembros de la Orden estaban en sus respectivas sesiones de entrenamiento.

Placebo | ZeynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora