8. Una tregua rota por el destino

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Miércoles, 26 de junio — Malabo, Guinea Ecuatorial

El sonido rítmico de unos tacones resonando en el mármol del pasillo captó la atención de todos en el comedor de la mansión Adjibi. Todos, salvo Carla, permanecían absortos en sus pensamientos. Segundos después, la puerta se abrió con elegancia.

—¡Hola familia! —entonó una voz melodiosa y segura—. Justo a tiempo para la comida.

Una mujer de figura envidiable y sonrisa brillante apareció en el umbral. Anabel. La tensión llenó el aire.

Horas antes...

Habían pasado cinco días desde que el estado de salud del padre de Carla comenzó a mejorar, aunque seguía sin estar en condiciones de retomar sus funciones. Por eso, tanto Carla como Víctor se encargaban de todo en su ausencia.

Aquel regreso a Malabo había sido abrupto. Apenas pisaron tierra africana, no se detuvieron a descansar ni a deshacer las maletas. Habían enviado al servicio a llevar las pertenencias directamente a casa de los padres de Carla, mientras ellos se dirigían al hospital.

Carla recordaba con nitidez el rostro desencajado de su madre al verlos llegar. Carolina, siempre elegante, de piel tersa y ojos gris oscuro— era de aquellas que sabían guardar la compostura incluso en los momentos más difíciles, paseaba nerviosa mientras sostenía las manos de Carla. Víctor, con Nick dormido sobre su pecho, observaba en silencio.

Tres largas horas pasaron hasta que finalmente el doctor Cervera les dio la noticia: Federico estaba estable, fuera de peligro.

—¿Cuándo podremos verlo? —preguntó Carolina, conteniendo la emoción.

—En breve —respondió el doctor—. Entrarán de uno en uno.

Carla respiró entonces, por primera vez en días. La vida de su padre seguía. Por poco, pero seguía.

Días después, sentada frente a su plato intacto en la mansión, Carla se perdió en esos recuerdos cuando la voz de su padre la devolvió al presente:

—¿Cómo va la preparación de la gala benéfica? —la voz grave de Federico, hombre de semblante sereno y mirada penetrante, de ojos negros, inundó el sala de comer.

El patriarca, aún convaleciente, pero con la autoridad intacta, había delegado en la joven pareja la responsabilidad de organizar el evento benéfico que él mismo debía haber liderado: una exclusiva gala en conmemoración de la inauguración de su nuevo hotel Elefante Blanco, una majestuosa propiedad cinco estrellas con vistas al mar, ubicada cerca del paseo marítimo. Cancelar el evento estaba fuera de toda consideración. El costo financiero —y reputacional— sería demasiado alto, dados los importantes fondos ya invertidos y los compromisos adquiridos con inversionistas y figuras públicas.

Carla y Víctor alzaron la mirada al unísono, encontrándose con los ojos inquisitivos del hombre.

—Todo va según lo planeado, papá —respondió Carla con voz firme, tratando de transmitir seguridad—. Las invitaciones fueron enviadas hace dos días, y la decoración del hotel está casi terminada. El bufé ya fue confirmado y se ultiman los detalles logísticos. Solo faltan algunos retoques menores.

Víctor asintió con discreción y tomó la palabra para complementar:

—También revisamos la lista de invitados y la asignación de mesas. Las etiquetas ya están impresas y listas, y las piezas para la subasta benéfica fueron catalogadas esta mañana. Estamos asegurándonos de que todo cumpla con los estándares que tú mismo habrías exigido.

Federico observó a su hija con atención, luego dirigió sus ojos oscuros a su yerno. Federico, convaleciente pero lúcido, asintió satisfecho.

—Bien —dijo finalmente—. Sabía que podía contar con ustedes.

Enredo (Sueño o realidad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora