Primera parte.

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Los amores pueden ser caóticos, tiernos, delirantes y dolorosos. Porque amar nos definía como persona, como seres que sienten.

Yo lo sabía, era consciente del recíproco que tenía aquel sentimiento con las personas, tal vez, incluso cuando era consciente de lo que estaba haciendo al observarla mientras reía en el comedor de Hufflepuff, con los finos labios rosados estirándose por aquel angelical rostro y luego, achinaba los ojos mientras carcajeaba.

Con el tiempo yo me había aprendido cada una de sus expresiones, como aquella con el ceño fruncido cuando estaba en clase de pociones y se hallaba concentrada en el caldero, como aquellas con la mirada perdida en sus pensamientos cuando se dejaba hundir en la lagunas de su mente. Sí, yo me había vuelto fanático y casi acosador de Aer Sangreal, la chica de mirada gélida de Hufflepuff.

- Deberías hablarle - me dijo, Pepito, cubriendo a quién observaba.

No. Le dije, no puedo hablarle. Añadí, casi con pesar en mis palabras. Claro que puedes. Aseguró él, haciendo que yo girara los ojos en señal de aburrimiento.

-Hemos tenido muchas veces esta platica, ¿sabes?

-Y siempre terminas diciéndome que algún día terminará- respondió Pepito, mentiendose una fritura a la boca -Y hermano, todos nos damos cuenta- agregó mientras masticaba.

Hice una mueca mientras le tiraba una de las frituras de mi plato -¡Y es verdad! Algún día terminará.

Sabía que mentía, llevaba ya seis meses observándola y cuestionando a mi propio reflejo frente al espejo como se vería ella entre mis brazos.

Incluso la imaginaba sonriendo para mí, ella era, en ese entonces lo mejor de mi vida.

La joven hufflepuff distraída por naturaleza, nunca había tomado demasiada atención por las actitudes que tenía aquella Ravenclaw consigo, pues para Aer, Sei Shwëterz no era más que otra de sus amistades y claro ¿Cómo iba a ver a alguien más? La tejona estaba completamente en las nubes por aquel joven moreno, buen mozo quien llevaba por nombre Ako Dembrought, miembro de la casa de las serpientes.

No era nada inusual verlos en los pasillos caminando a clases de la mano, invadiendo la mesa de la casa contraria a la hora de la cena o incluso en ocasiones encontrarlos a ambos haciendo novillos en las afueras del castillo. Estaban tan enfocados uno con el otro que la mayoría de sus amistades solían bromear sobre a quienes elegirían como padrinos de la boda, la cual claramente tendría lugar al terminar sus estudios.

─Sei ¿Serás la madrina, no? ─Preguntó la bruja de rasgos asiáticos una calurosa tarde de sábado mientras bebían una cerveza de mantequilla en Hogsmeade.

No había ni un ápice de malicia en su tono, de hecho la pregunta iba con menos tintes de mofa de los que aparentaba su sonrisa divertida e inocente. Esa sonrisa fue lo único que detuvo a la susodicha de explotar en medio del local, disimulando la creciente sensación de ardor y burbujeo en la boca del estomago con una risa escandalosa.

Ninguna de aquellas dos brujas o el resto de sus amistades se percató del momento en que Ako y Leviathan habían salido del local hasta que el apuesto moreno entró azotando la puerta, seguido de un regaño por parte de Madame Rosmerta.

─¿Y Levi? ─Directa como siempre, la joven con corbata azul y bronce interrogó al furibundo muchacho recibiendo un simple bufido en respuesta al paradero de su novio.

Oh, sí.

En medio de su búsqueda por mermar sus sentimientos hacia Aer, la joven águila había aceptado ser la pareja de Leviathan Chertov, honorable miembro y ejemplo de la casa de Gryffindor. Curiosamente Leviathan se había acoplado perfectamente al circulo social de su novia, eso quitando al Slytherin de la ecuación.

Bien era sabida la histórica y legendaria rivalidad entre serpientes y leones, por esa razón nadie estaba sorprendido de los continuos roces entre aquel par de magos y suponiendo que simplemente había sido una pelea más volvieron a su plática, exceptuando a Sei quién salió del local y Ako bebiendo todo su tarro de un jalón.

El miembro de la casa de las serpientes se encontraba abrumado y disperso, más allá de eso estaba profundamente sorprendido. Si a Ako Dembrought en algún momento le hubieran dicho que Leviathan terminaría intentando besarle enfrente de las tres escobas, probablemente se habría reído y luego lanzado un hechizo a quien pregonara tal locura.

Sin embargo, cuando aquella locura hizo acto de presencia en su vida, el moreno formó un puño con su diestra y lo estampó justo en la mandíbula del más bajo, antes de darse media vuelta sin permitirle dar explicación alguna.

Años después en medio de su celda en azkaban, el joven Slytherin pensaba seriamente si no hubiera sido una mejor opción permitir aquel beso, pues aquella misma tarde mientras regresaba de la mano de su pequeña novia, rodeado de sus amigos, los aurores del ministerio de magia habían aparecido para llevarle.

Esta detenido por el homicidio a sangre fría de Leviathan Chertov.

Son las únicas palabras que recuerda, eso y el estrepitante llanto de Sei, eso y la horrorizada cara de quien consideraba el amor de su vida. Ese había sido el día en que Ako Dembrought fue traicionado.

Nunca una sensación había provocado tanto escozor en su garganta como la frustración que lo consumió al tener a los aurores prendiendolo por los brazos, el momento en que miró a Aer y vió en sus ojos el miedo, la incertidumbre, y quizás una pizca de preocupación.

Ako fue aprisionado sin derecho a réplica, sin manera de defenderse, pues el cuerpo del león escarlata era una prueba contundente, y él, siendo el último personaje vivo en verlo, era sobre quién caía toda acusación.

Luchó, y luchó mucho por su libertad. Después de todo, lo último que un mago en sus cabales querría sería pasar un solo segundo en la prisión mágica protagonista de tantas historias de horror, aquel lugar protagonista de las pesadillas de por vida de quien un pie ahí ponía, si es que algún día salía.

Una condena de 10 años cayó sobre sus hombros con una contundencia estrepitosa, aplastante. Los días más oscuros de su vida no podían compararse al infierno en la tierra sobre el que tuvo que caminar, las brasas ardientes que, figuradamente, le provocaron una sed de venganza sin un objetivo dirigido. Sabía que en su pecho crecía rencor, por aquella persona sin rostro que lo había inculpado por actos que no cometió, el furor de la injusticia quemando todo a su paso y dejando en el lugar de Ako un cascarón apenas humano.

La poca humanidad que conservaba, sin embargo, le era conferida cuando sus pensamientos en medio de un mal momento se impregnaban de fragancia a miel, un shampoo de lavanda y un perfume natural en la piel de su ninfa, el recuerdo de Aer fue lo único que a través de esos 10 años consiguió que Ako no perdiese la cabeza, que se perdiera en un momento de penuria injurada por los dementores que bailaban a sus pies, en el cielo, fuera de los barrotes.

¿Quién hubiera imaginado que, mientras él anhelaba el término de su condena con una sonrisa de ganador en un rostro de pena, Aer y Sei Vivian una vida tranquila, confinadas a la seguridad de un hogar nacido de las cenizas de dos amores adolescentes con un mal final, que Sei -después de tanto tiempo- consiguió el corazón de Aer?

El conde de Montecristo - Version HufflepuffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora