Segunda parte.

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Brisa fresca golpeando su rostro y una cadencia especial en los pasos del ex-convicto. 10 años después de ese fatídico día, Ako había sido librado de las esposas, aún con el peso de una década de experiencias desastrosas en un historial hasta entonces impecable.

Ako estaba seguro de una cosa, la venganza ocupaba cada espacio de su mente al ser lo único en lo que pensó, recluido entre paredes, recluido entre barras de duro acero y conjuros mágicos.

Alguien le había quitado la vida de ensueño que siempre figuró tener, alguien debía pagar por aquello, y la rabia que le consumía al aún pensar en el Ako de diecisiete años era prueba de ello, el aliciente perfecto.

Ako aún así, aún deseaba recuperar a la que alguna vez fue su persona ideal, la maravilla andante que entre sus brazos retozaba y le hacía sentir el corazón enamorado. Buscó por los confines, ayudándose con conjuros de rastreo que poco más le habrían válido una denuncia en el Ministerio, y finalmente todo apuntó a un único sitio. El sitio al que se dirigió con su marchito corazón floreciente de nuevo, con la esperanza de ver un rostro tan delicado como los que las poetisas de épocas pasadas describían, su ángel en vida.

Una rústica puertecita le recibió en un punto muerto de la ciudad. Allí donde los magos asentaban sus hogares en comunidades alejadas de los muggles, Ako no se sintió sorprendido cuando llamó a la puerta y el sonido amplificado de un timbre anunció su llegada.

Los segundos corrían, y un presentimiento oscuro comenzaba a tomar forma en su pecho, incomodandolo aún más conforme unos pasos delicados, de pajarillo, se oían cada vez más cerca de la puerta.

Por instinto, Ako aferró en la mano la varita, con ésta escondida en el amplio bolsillo de su aún más amplio abrigo. Estaba preparado para todo, para todo en verdad. La vida le había dado tantas sorpresas que él se sentía abasto hasta el final de sus días, y sin embargo nada jamás en la historia de la magia le podría haber preparado para la corriente eléctrica que le recorrió el cuerpo al mirar de nuevo esos ojos redondos, esa dulce boca que se torció en una sonrisa amable. Ojos sin ningún ápice de reconocimiento se clavaron en su figura, y él sintió en toda su altura, temblar cual hoja en brisa de otoño.

Se sintió de nuevo como el chico enamorado que con juraba flores y las regalaba con sonrisas bobaliconas, se sintió de nuevo caminando entre risas de juventud, entre aires de mañana.

Fue sacado de su ensimismamiento cuando la misma voz de sus más grandes anhelos lo dejó de piedra, no en la forma que tú lector, esperarías.

—¡Hola! ¿Puedo ayudarte en algo?

La expresión de Ako se endureció, con incomprensión y una clara sensación de miedo comenzando a tomar lugar en su mente. Tampoco estaba preparado, a pesar de sus exageraciones, para lo que se vino después. Antes de que él mismo pudiera abrir la boca para vocalizar una palabra, una vieja conocida se presentó frente a su rostro.

—¿Dulzura? ¿Qué es lo que está...?

La voz que recordaba perteneciente a su vieja amiga y familiar lejana, Sei, hizo acto de aparición, con un bebé rollizo en brazos, acompañada ella en su rostro de altos pómulos por una expresión aterrada.

La mujer caminó con prisa hasta la puerta, pasándole a los brazos el bonito niño de mejillas llenas a la menor, quién aún miraba alrededor con una expresión serena, tan cálida como jamás pensó verle, y a pesar de todo, a todas luces perdida en la situación.

—¿Aer, cielo? Ve adentro. Por favor.

La castaña ladeó el rostro, con una ceja arriba que hizo sonreír a Ako, pues la irreverencia en su carácter no había desaparecido después de todo.

El conde de Montecristo - Version HufflepuffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora