Un aburrido pingüino amarillo.

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Comienzo así: presentando a uno de los chicos más casuales que conocerás alguna vez, Franky. De color amarillo, de sonrisa ligera, de un porte normal para cualquier otro usuario en la isla. Terminó el instituto y se fue directamente a trabajar a la tienda de mascotas, y según él, a día de hoy podría seguir ahí.

¿Curioso? ¡Para nada! Su historia podría ser igual a la de cualquier otro adolescente que se tiene que enfrentar al mundo real; perseguir puffles, cuidarlos y darlos en adopción es suficiente para él. EP, gerente y entrenadora principal, lo halaga por su pasión en el oficio. Franky, en realidad, solo puede suspirar y agradecer sus palabras, ya que no tiene nada más que le mueva día a día.

A nadie le interesa mucho la vida de un chico que sigue un rumbo extremadamente normal, ¿no es así? Vale, demos un salto. Llegó un día, que diría yo, el más esperado de su vida.

Solía quedar con algunos amigos, personas con las que iba a la escuela y de vez en cuando ir a bailar a la disco. Rob, CeCe, Happy, Hog, nombres que aunque eran parte de su vida, no eran muy destacables. Antes de terminar su jornada en la tienda, mientras servía los últimos pufflitos del día, a su móvil llegó un mensaje que parecía más parte de una cadena que algo escrito individualmente:

"Fiesta en la disco hoy a las 22:00. Se necesitan músicos!"

Él es un músico. Uno bastante talentoso, la verdad: toca la guitarra acústica, el piano, el banjo, canta. No suele tener la valentía para hacerlo en público, pero sí tiene la fuerza de voluntad para, al menos, hacer el intento. ¡Se trataba, pues, de una buena oportunidad! Una ocasión divertida, una ocasión que podía sacarlo de su monotonía.

Terminó el turno. Fue a su iglú, cambió su uniforme por una sudadera y unos tenis, se miró en el espejo un buen rato y, cuando se sintió listo (y faltaban al menos diez minutos), tomó esa guitarra que compró por 300 monedas de su bolsillo. No era la primera vez que iba a una fiesta, para nada, pero era la primera en que se atrevía a intentar demostrar su verdadero talento. ¡Podía ser la oportunidad más especial de su vida!

Estaba lleno de expectativas, sin duda. Salió de su hogar, no sin antes despedirse de su amarilla mascota; esta percibió su entusiasmo, se alegró por su dueño. Dicho dueño iba sin prisa, viendo las calles de Club Penguin, imaginando todos los escenarios posibles. ¡La guitarra en su espalda parecía pesar menos que una pluma!

Entró a la disco y saludó a su gente. Realmente contar una fiesta por este medio es aburrido, así que puedo resumirla en música a todo volumen, el DJ poniendo temazos, todos bailando a más no poder y demostrando sus mejores movimientos en la pista. Era sensacional, sin duda. Se divirtió demasiado, conoció personas cuyos nombres no recordará en el futuro, y también perdió la timidez que le acompañaba al bailar. Estaba siendo la mejor noche de su vida, sin duda alguna.

—¡Hey, todos! —gritó alguien al fondo—, ya van a cerrar la disco. ¡Llevemos esto al iglú de G Billy!

Miró la hora y sí, el tiempo voló de una forma increíble. Bailó y se rió con tanta gente que ni siquiera se había percatado de que duró tan poco, ¡estaba siendo asombroso! Era de las mejores experiencias que había vivido alguna vez.

—Y pensar que mi plan para esta noche era quedarme en casa y jugar con la consola —dijo Franky al pingüino a su lado, que en la euforia, gritó cualquier cosa que se grita en una fiesta.

Algunos fueron al iglú del mencionado G Billy. Otros simplemente se fueron a sus respectivas casas, ya que eran avanzadas horas de la madrugada. Aún así, había suficiente gente para que la celebración continuara con la misma magnitud; estaban tantos pingüinos, de tantos estilos y colores, todos teniendo el mejor momento posible. Para Franky seguía siendo así, pero poco a poco el sentimiento fue bajando. Estaba agotado.

Club Penguin y sus cosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora