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HARPER


"Hasta que no te sientes cómodo estando
solo, no sabrás si estás eligiendo a nadie
por amor o por soledad."

SÓCRATES



—¿Por qué pones esa cara? —inquirió Percy, poniendo fin a mis pensamientos dispersos.

Estaba sentado al otro lado de la isla, jugando con la cuchara entre la leche con cereales. La tía Ethel llevaba un par de horas en el estudio, de donde entraba y salía con manchas de pintura en la cara y la ropa vieja que utilizaba para dar rienda suelta a su imaginación.

Al menos, parecía que ella sí estaba teniendo un día productivo.

Addie aún no había hecho acto de presencia, cosa que agradecía, porque no sabía cómo iba a tratarla tras de lo sucedido anoche. En serio, no la comprendía y ella tampoco hacía esfuerzo alguno por hacerse entender.

—No estoy poniendo ninguna cara —le respondí a Percy. Cogí un poco de mantequilla y la unté en la tostada—. No me has contado que tal en el colegio la semana pasada —comenté para distraerlo.

—Porque no hay nada que contar —contestó, pero aprecié algo raro en su expresión cuando bajó la mirada al cuenco y se sostuvo la mejilla en el puño—. ¿Qué? —inquirió mirándome por encima de las pestañas.

—¿Por qué me estás mintiendo, Percy Beauchamp?

—¡Porque no es nada! ¡De verdad! ¡Lo juro! —exclamó con irritación.

Sus mejillas se inflaron y se tornaron de un tono rosado que resaltaron sus pecas. Estaba segura de que le había pasado algo que lo avergonzaba, pero no iba a insistir sobre el tema con más preguntas que lo enfadarían.

No quería que me viera como una madre, aunque sentía que era el rol que había adquirido en los últimos días. Sin embargo, quería ser alguien en quien pudiera confiar, incluso cuando estuviera metido en problemas.

Sonreí, esperando ser capaz cumplir mi propósito.

—¡Estás poniendo otra vez esa cara! —me acusó, señalándome con la cuchara.

—No entiendo de que cara hablas —repuse antes de levantarme del taburete, tomar mi plato y llevarlo al fregadero para lavarlo.

—Esa que hace que parezca que acabas de ganar la lotería —explicó. Con uno de los paños de cocina me sequé las manos y lo abracé por detrás.

Se creía un hombrecito, pero aún utilizaba el champú y perfume para niños que mamá le compraba.

—Porque me he ganado al mejor hermano del mundo —contesté para después dejar un beso en su mejilla antes de alejarme, riéndome para que no me diera con la mano.

—Qué asco, Har... —refunfuñó, limpiándose la mejilla con la nariz arrugada.

Se levantó de un salto con el tazón en la mano, no sin antes dirigirme una mirada cargada de veneno a la que respondí sacándole la lengua.

Percy nunca había sido muy afectuoso. Desde pequeño detestaba los besos y los abrazos y no dejaba que nadie que no fuera mamá, papá o yo se acercase a él. En realidad, cuando le daba un berrinche lo único que lograba calmarlo era mamá y su abeja de peluche favorita.

—¿Louis vendrá a buscarte? —Miré la hora en el reloj de la pared.

—Sí —respondió, limpiándose las manos con un paño tras limpiar los cubiertos—. No ha parado de hablar sobre su hermano mayor. Decía que era súper guay y que un día tenía que presentármelo.

PERVERSAS MENTIRAS [HIJOS DE LA IRA I] | Nueva VersiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora