Emigrar. Yo no conocía el significado de esa palabra. Seguramente la había escuchado antes, pero no le había dado importancia alguna. Además, yo era un crio y no me detenía a analizar todo lo que decían los adultos. Yo era feliz, hasta que años antes de mediados del siglo xx, la vida me presentó un modo distinto de verla.
Casi todas las mañanas mi padre viajaba a un pueblo cercano a Agira para hacer trueques. Literalmente de eso vivíamos: del cambio de cerdos y maíz por otros productos como la harina. Recuerdo que mi padre tardaba días enteros en volver y, mientras tanto, mi madre se preocupaba día y noche por el peligro que eso significaba. Antes no entendía esa preocupación, pero ahora comprendo que si la suerte no hubiera estado del lado de mi padre, habrían bombardeado la zona en la que se encontraba.
Cuando mi padre regresaba, mi madre preparaba polenta. Sí, siempre polenta. Yo sabía que en mi interior ya detestaba ese plato, pero no podía hacer pública mi disconformidad ya que habían personas que lo pasaban peor que nosotros.
Sin embrago, la crisis ocasionada por la guerra nos alcanzó. La renta de la casa se hizo cada vez más costosa, los animales ya no bastaban, y no había suerte para las cosechas. Fue ahí cuando comprendí el significado de “emigrar”. Pronto palabras como esta, “Argentina”, “barcos” y “dinero”, se hicieron frecuentes entre los diálogos que se intercambiaban mis padres.
ESTÁS LEYENDO
Emigrar
Short StoryUna historia narrada por un joven a mediados del siglo xx. La realidad que vivieron muchísimos inmigrantes resumida en unos breves párrafos.