Prólogo

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Luis había estado pensando por meses en unas preguntas de mucho valor, y que le había rondado por la cabeza, como un carrusel que no parara después de millones de vueltas.

Él sentía que esas preguntas le iban a volar la cabeza en millardos de pedazos si no las respondía, y por más de que preguntara y preguntara a las personas en las que confiaba, a las que amaba, y las que admiraba, pero nadie podía darle tales respuestas que saciaran tales preguntas, a tal punto de que su hambre mental no iba a terminar en algún punto previsible y siquiera imaginable.

Su cabeza se llenaba de ideas corruptas y torcidas, y cada vez sentía que su corazón perdía el brillo fundamental con el que había sido concebido, y su vida se apagaba a medida que las respuestas crecían en enigma y decrecían en respuestas posibles…

Sus grandes preguntas no era relacionada con ningún tema netamente humano, nada de sexualidad, nada de razonamiento, nada de conocimientos, nada de mecanismos humanos.

Sus preguntas era muchísimo más seria que eso.

Sus preguntas ponían en juego a la ciencia y el descubrimiento del hombre junto con sus primeras civilizaciones. En este caso, la civilización que llevó una bendición desde sus inicios.

La civilización israelita.

Estas preguntas daban una serie de desencadenamientos fieros que cuestionaban una y otra vez el origen del hombre y su destino.

Probablemente unas preguntas que jamás debería de haberse formulado en la mente humana.

¿Por qué la gente cree en Dios? ¿Por qué no simplemente dejamos de creer en él?

¿Es que creen por miedo o por credulidad? ¿Por qué no cuestionar la fe?

Unas preguntas indiscretasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora