Veo en tus ojos un paraíso. El cielo y el infierno. La salvación y el suplicio. Son un mar de estrellas, que iluminan mi camino de ida y vuelta hacia ti.
Llenos de vida como el sol.
Tan misteriosos como la luna.
Destellos hermosos como las constelaciones.
Heme aquí una y otra vez, cayendo de rodillas ante la maravilla que son tus ojos.
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Siento terror a tus ojos, como si en ellos perdiera mi alma cuando conectan fijamente con los míos. Así que nunca dejes de mirarme, porque el alma es lo mínimo que por ti perdería.
Pero cuando me miras con esa angustia cristalizada en lágrimas que me desprende la carne de los huesos, entonces ruego a todos los dioses no morir al instante.
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Profundos, mágicos, abiertos u cerrados, desde todos los ángulos en que los aprecies son estos pura perfección, arte digno de estar en un museo. Tan dulces y amargos. Sexys o tiernos. No hay adjetivo exacto que describa tales fenómenos.
Distinto a todo lo antes visto, querido amado mío. Ven y enfermame con la lujuria que hay dentro de esos hermosos orbes.
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Todos son capaces de notar la belleza que hay en ti, no obstante no cualquiera es merecedor de una bendición como esa.
Si me permites, para finalizar, quisiera decir lo mucho que amo la maravilla que son tus ojos.
