Adiós, Petra (Colección Algarve)

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Sarah y yo nos hallábamos frente al sofá en estado de shock

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Sarah y yo nos hallábamos frente al sofá en estado de shock. Ella empezó a llorar y yo me agaché para inspeccionar de cerca el cuerpo de la gatita que habíamos rescatado unos días atrás.

Todavía no le habíamos puesto nombre, pero Petra era el favorito de Caterina Collins, la madre de Sarah. En su opinión ponerle un nombre portugués era lo apropiado, ya que ahora vivíamos allí. La señora Collins había encontrado el cuerpecito sin vida de Petra, y después de despertarnos corriendo a Sarah y a mí, se había tirado en la cama de su habitación a llorar como una desesperada.

Era una verdadera tragedia. Esa gatita había traído la alegría y la felicidad que hacían falta en casa desde que murió el padre de Sarah.

La noche del lunes, Sarah y yo estábamos fumando en el balcón de nuestra habitación cuando escuchamos unos maullidos que parecían un grito de auxilio. Al fijarnos en el jardín de enfrente, vimos como una pequeña gatita negra, de no más de dos meses, se había colado en la propiedad del vecino y estupefactos bajamos para rescatarla. Desde entonces, el animal se había transformado en el alma de la casa, con sus juegos, sus brincos y su amor incondicional, había hecho que los ojos de Sarah y su madre volvieran a brillar.

—Tiene el cuello aplastado —dije de repente mientras inspeccionaba con mis dedos el cuerpecito—. ¿Qué? —preguntó Sarah incrédula—. Tiene el cuello aplastado, parece que le haya caído algo encima o alguien la haya estrangulado.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Eso es imposible —dijo Sarah—. Mi madre la encontró así esta mañana y nadie la ha oído maullar en toda la noche —replicó Sarah, que había parado de llorar, con cierto rencor hacia mis palabras.

—Bueno —dije—, era una gata callejera, al fin y al cabo, es posible que estuviera enferma y que haya muerto por eso, pero...tiene el cuello completamente aplastado —sentencié levantándome—. Mira —continué diciendo mientras cogía la mano de Sarah—, tócale aquí.

Sarah se deshizo rápidamente de mi mano.

—¡Suelta! —exclamó irritada ante mi falta de tacto—. No pienso tocarlo —balbuceó mientras se echaba a llorar de nuevo y corría escaleras arriba.

Estaba seguro de que Sarah no lo había hecho. La conocía.

Después de mirar con tristeza por última vez el cuerpecito de la pequeña Petra, la metí con cuidado en una bolsa y la llevé al cubo de basura que había fuera de casa, justo enfrente de donde la encontramos.

Adiós, Petra (Colección Algarve)Where stories live. Discover now