Pestañas rotas y ojos dorados

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De un pasillo a otro, conteniendo la respiración para que nadie sepa lo asustada que está. La señora May sonríe mientras le toma de la mano, ella sólo piensa en el brillo de sus ojos dorados y anhela poder algún día encontrar alguien más que la quiera tanto como May hace. Los cuadros, la gente, pasan rápidamente y ella aprieta un poco más su muñeca izquierda, sabe perfectamente lo que va a pasar, de todas formas, sigue anhelando cosas que nunca pasarán.

Salen del edificio y May vuelve a mirarla, sus ojos dorados tranquilizan un poco su corazón, tal vez no se sienta tan mal, después de todo. Caminando por las frías calles de esa mañana tan gris, se siente una intrusa entre voces, gritos y taconeos. Pero May vuelve a dedicarle una bonita sonrisa y ese parece ser su calmante, porque cuando llegan frente a la enorme puerta negra de la calle de al lado, no quiere llorar.

- No estás muerta, Dils. - le susurra May, como siempre antes de que la puerta se abra y ella tenga que irse. Sus pestañas se empapan entonces, mirando los ojos dorados de su amiga. Sabe que tiene que estar bien, sabe todo lo que debe hacer, pero las lágrimas lo vuelven todo borroso y May acaricia sus párpados, en un gesto consolador. Retira su mano y se dan cuenta de que una pequeña pestaña se ha quedado pegada en un dedo de la chica, rota. Ella sigue llorando y May sopla esa pestaña, anhelando que su pequeña chica no llore más.
El viento se lleva aquella pestaña y May retiene las lágrimas.

- Te quiero, aunque todo vaya mal. - susurra la chica, abrazando a May de pronto, con las manos temblando y el corazón desbocado.

Y la puerta negra se abre.

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