tormenta y culpabilidad.

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La gente a menudo suele confundir la tristeza con el enfado. El mal humor, con las ganas de llorar. Confunden los sentimientos ajenos con total inocencia.

A veces puedes estar mirando a una persona a los ojos y ella estar completamente aterrada. Y tal vez nunca te darías cuenta.

Y mientras se abre la oscura puerta frente a la chica, May siente demasiadas cosas. Pero en sus ojos abunda la culpa. Y mientras comienzan a caer gotas de lluvia sobre su cara, la culpa cae también con ellas, disolviéndose en mil gotitas de agua que se esparcen rápidamente por todo su cuerpo.

Y antes de que May pueda gritar, la puerta negra se cierra.

Aporrea la puerta desesperada, mientras la lluvia cae sobre ella fuertemente.
Pero ya es tarde, y May lo sabe mejor que nadie.

Así que abandona a su pequeña chica y corre rehaciendo sus pasos, de camino al hospital. Al llegar, respira profundamente y sin decir nada, se echa a llorar. Y ni siquiera sabe por qué lo hace, pero las lágrimas están allí antes de lo que se esperaba y ya hay varias enfermeras alrededor pregúntandole qué ocurre con ella.
Pero May casi no puede respirar, con la culpa apoderándose de sus pulmones.


La chica cierra los ojos, y recuerda las bonitas sonrisas de May, sus ojos dorados y sus abrazos consoladores.
Pero alguien tira de la manga de su abrigo y la obliga a a abrir los ojos.
Un hombre algo mayor que ella, con el pelo castaño y los ojos negros como el carbón, la observa fijamente. Y la chica no puede creer lo negros que son los pequeños ojos de aquel señor, es imposible ver algún destello de arrogancia, o dolor, es imposible detectar algo más que la nada misma.
Se siente vacía de pronto mirando sus ojos, olvidando a May completamente, sintiéndose mareada a causa de aquella mirada.
Pero entonces se fija un poco más en su rostro: labios finos, pómulos marcados, y una barba de unos días.
Y la chica quiere echar a correr, porque nunca le han gustado las personas de labios muy finos, nunca le han gustado los ojos negros y nunca le ha gustado estar con extraños.
Pero sus piernas no responden, paralizada de terror, observa al hombre sonreír cínicamente. Y sus amarillentos dientes mostrarse ante ella, feroces.

El hombre se acerca a ella, coloca sus manos en los delgados hombros de la chica, y se aproxima a sus labios.



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