La noche de un lunes cualquiera había estado lluviosa desde que el sol se ocultó al horizonte. Tarde fue cuando una gata de enorme pelaje y prominente barriga intentaba ocultarse de la inclemencia del tiempo.
Estaba sola y no sabía donde ir, en la puesta de sol había encontrado algo de comer en el basurero que daba a la puerta de atrás de un centro de comida rápida. Entre alborotos de unos niños que jugueteaban y corrían lanzando piedras ella pudo salir ilesa.
Los dolores eran constantes y no pudo soportar aquel pesar y en medio de la nada dio sus últimos suspiros para dar a luz a tres pequeñines que sin pensarlo se abalanzaron a la lactancia de una madre que ya no estaba con ellos.
La lluvia seguía y los cachorros durmieron abrazados a su madre. Dos de ellos, no despertaron más.
La más pequeña, había sobrevivido a la tempestad, tenía hambre y su madre ya no le daba cobijo ni leche. Maulló cuanto pudo, pero nadie ciertamente la escuchaba.
Estaba sola en aquel lugar húmedo y cerca de una avenida muy transitada ¿Quién podía oír los gritos desgarrados de un pobre animal sin importancia?
La pequeña se aferraba a la vida, sin abrir siquiera los ojos bebía del agua que aún se hallaba por doquier en el duro suelo. Su madre y sus hermanitos estaban descomponiéndose pero a ella poco le importaba, se cubría con sus cuerpos del frío y la soledad.
Ya podía caminar y sin saber que iba a a pasar siguió en linea recta hasta caer a la acera. Ella se sentía perdida. Gritaba con todo pulmón una ayuda, algo o alguien que la socorriera, pero las personas no tenían tiempo para ella, estaban ocupados, algunos la veían y la ignoraban, otros la hacían hacia un lado ¡Estorbaba en el camino! Un niño la sostuvo en sus manos pero su madre se la quito y la tiró al suelo. La pequeña no gritó más.
Ella se había rendido y se echó a llorar, porque nadie sabe lo que puede sentir un animalito abandonado ¡nadie!
Unas manos cálidas aparecieron en medio de un sol de noviembre. Era mediodía y aquella humilde mujer se detuvo a contemplar aquella imagen que la partió el alma. Ciertamente aún existían personas de buen corazón en el infierno de la sociedad.
La pequeña sintió el calor de sus manos y con un increíble gesto de voluntad pudo abrir sus ojos para conectarse con los de la mujer.
—Me la llevo a la casa —dijo aquella mujer mirando a su acompañante que sin decir nada afirmó con la cabeza.
—Estamos lejos de casa y vamos caminando —comentó el hombre—. Apresuremos el paso a ver si llegamos a tiempo.
La pareja se movió a paso veloz. La mujer cubrió a la pequeña con una manta que tenía en la cartera y verificaba si aún estaba respirando.
Al llegar al hogar de la pareja, la mujer calentó algo de leche y al estar tibia la echó en un pequeño recipiente y se lo colocó a la pequeña que sin pensarlo se abalanzó hacia ella.
Bonnie quería una oportunidad y una noble pareja se la dio.
Tal vez Dios si existe...
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Bonnie
Short StoryLa pequeña aventura de una gata que solo quería una segunda oportunidad.