Y Alicia le lanzó al suelo el bate de flamenco ensangrentado, una mano de conejo, un reloj roto, un gran sombrero, una corona de corazón y lo que quedaba del corazón que se estaba comiendo. Cuando terminó de tragar, levantó los brazos a la altura de los hombros e hizo una gran reverencia. Cuando levantó la cabeza, el gato que hace un momento estaba ahí en frente con ojos llorosos había desaparecido.