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CARSON


"Mi educación te sonríe y en ese
breve instante mi intelecto ya te ha
mandado a la mierda mil veces."

DAVID SANT

Hace un año

Su cuerpo se amoldaba al mío como si hubiera sido creado exclusivamente para mí. La curva de su cintura encajaba en mi mano. Sus piernas largas, torneadas y cubiertas por aquellas ceñidas y dichosas medias rosas se apretaban alrededor de mi cintura.

Su cuerpo estaba caliente, vibrante, pero se sentía frágil bajo el mío; como si nunca pudiera tener suficiente. Nunca tendría suficiente de ella. La presión aumentaba entorno a mis vasos sanguíneos, pero me obligué a no cerrar los ojos, aterrorizado de perderme el menor detalle de su rostro.

Los ojos nunca me habían gustado, pero los suyos eran tan profundos, grises como las tormentas en su ocaso, expresivos..., pero no podía recordar su fragancia. ¿Por qué no podía identificarla en el cuerpo que tocaba? ¿Por qué comenzaba a sentirse tan etérea bajo mis dedos?

Enredé mis manos en sus cabellos rubios como el invierno, intentando aferrarme a los débiles recuerdos, al hormigueo que me recorría la piel y me obligó a cerrar los ojos. Al dolor de la caricia y reconocer que su dedos no estaban helados como recordaba...

Me aferré a él como si hubiera sido un recuerdo que pudiera almacenar en mi memoria y no una fantasía de mi imaginación, hasta que la pesadez del sueño me abandonó como todos los que había tenido a lo largo de mi vida. Hasta que fui consciente de que a la chica que tenía aferrada contra mi cuerpo no era la chica con a la que deseaba desde que era un niño.


Pestañeé hasta que mis ojos materializaron el techo blanquísimo y me obligué a parpadear varias veces.

Al bajarlos no me encontré unos ojos grises y brillantes, sino unos castaños; abrumadoramente oscuros observándome con una adormilada sonrisa.

Veía su cara en todas partes, pero era una desconocida, una mujer que quizá ya no podría reconocer, a la que no podría ponerle un rostro concreto... A la que jamás podría volver a alcanzar.

—Hola —murmuró con las manos debajo de la cabeza.

—Hey. —Tenía la garganta seca y el hecho de que tuviera una pierna sobre mi erección no me facilitaba la tarea—. Hoy tengo partido —le recordé a la vez que apartaba su muslo y me incorporaba.

Savannah pareció ligeramente incómoda cuando se recogió las rodillas contra el pecho mientras me observaba moverme por su cuarto con familiaridad; dormía allí la mitad de los días así que ya lo sentía como mío.

Inconscientemente, mi mirada acabó en sus largas piernas bronceadas, pero no había medias; solo estaban cubiertas por mi camiseta.

Disimulé la decepción con una débil sonrisa mientras sacaba ropa limpia de su armario para cambiarme bajo su atenta mirada. Era temprano, podía seguir durmiendo, pero una vez que yo me levantaba nunca era capaz de volver a conciliar el sueño.

—¿Irás a casa de Olivia? —pregunté de forma casual.

Negó ligeramente con la cabeza, lo que me hizo fruncir el ceño.

—Me gustaría quedarme hoy en casa —respondió, pero flaqueó un instante y encogió los hombros a la vez que el pecho se le agitó—. Quiero adelantar trabajos y pasar tiempo con mi madre —explicó, pasándose el cabello detrás de las orejas.

La idea de dejarla sola no me gustaba, pero tenía que respetar sus decisiones, o al menos fingir que lo hacía. Aunque estuviera sacrificando una parte de mi vida por ella, no significaba que tuviera que hacerlo todo como a mi manera; Savannah sabía bien como arreglárselas, o al menos como sacarse las castañas del fuego en caso de emergencia.

PERVERSAS MENTIRAS [HIJOS DE LA IRA I] | Nueva VersiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora