Parte I: La ruptura en la persona de la guerra.

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En esta historia narraremos la historia de un hombre, el cual su nombre se ha perdido en la historia, durante un periodo donde muchos nombres de gran importancia fueron perdidos entre tantos nombres sepultados en las profundidades más oscuras de la existencia pasada, ya sea por odio al enemigo o por una falta de conocimiento de sus hazañas, o simplemente por la falta de testigo que hayan sido capaces de apreciar dichas acciones de valentía. O tal vez solo fue por falta de apreciación por parte de dicho testigo.

Esta vez es una situación poco común, puesto que, él que fue un héroe para sus enemigos, tuvo que ser censurado por parte del mismo bando por el que la persona luchaba. Solo con el fin de evitar la propagación historias y mitos sobre este sujeto, los cuales solo inspirarían al bando que más tarde se volvería el bando vencedor de la gran guerra.

Solo una persona entregó su testimonio sobre la existencia de este personaje, dando a inicios a nuestra investigación. Su nombre, era Samuel Engel. Un nombre, del cual la historia ha olvidado, como a muchos otros héroes de la Segunda Guerra Mundial.
Aún si su nombre solo trae vibras de inocencia, a primeras, este ser humano será difícilmente apreciable a principios de la historia. Y la verdad, es entendible si al final de la historia sigues sin sentir cariño por este personaje.

La primera vez que nuestro único testimonio, aún con vida, llamado (o más bien apodado) Einer der Blinden (al cual me referiré como el señor Bliden), conoció a Samuel, fue en 1942. El señor Bliden fue miembro del ejército Nazi desde 1940, pero no conoció a Samuel hasta estar en mucho tiempo después de dar inicios a la operación Barbaroja.

Ambos estaban durante la operación de Stalingrado y, como muchos saben, la batalla rugía ferozmente por la ciudad. Bliden había sido disparado en la pierna previamente mientras defendía una trinchera enemiga, que había capturado junto a su escuadrón, el cual ahora estaba muerto gracias a una oleada de soldados soviéticos, que más bien parecían civiles con armas, la cual atacó por sorpresa a las escuadra, matando a todos e hiriendo a Bliden.

Bliden estaba tirado en el suelo, apretado entre las paredes ásperas y punzantes de la muy pequeña e improvisada trinchera. El suelo le estaba contribuyendo a su estrés estando lleno de escombros del edificio demolido a su lado, los cuales obligaban al cuerpo de Bliden a buscar un espacio con un mínimo grado de comodidad, para por lo menos morir en un terreno más suave, de forma que le recordara al patio con pasto de su casa, donde solía acostarse para mirar las estrellas.

Aún si hubiera querido defenderse contra los soldados que ahora se aproximaban a él, no era capaz, pues, cuando lo hirieron, cayó de bruto de vuelta a la trinchera, soltando su arma principal en el terreno elevado, y dejando su pistola de mano contra el suelo (ya que cayó de lado) sin posibilidad de voltearse para agarrarla por culpa de las estrechas dimensiones de la trinchera.

Cerro sus ojos y esperó a que dejara de sentir la consciencia de su propia existencia. Escuchó disparos, y asumió que había muerto. Pero por curiosidad de ver como se sentía no tener poder sobre el control de su propio cuerpo, intentó abrir los ojos, y se sorprendió al darse cuenta que todavía estaba vivo, y podía controlar normalmente su cuerpo como siempre.

Al abrir sus ojos, pudo escuchar gritos y mandatos rusos junto a más disparos de lo que parecía ser una ametralladora. Cuando los disparos se detuvieron, también los gritos cesaron, y lo único que se podía escuchar era el último suspiro de un soldado herido de gravedad, diciendo sus últimas palabras en un idioma que Bliden no podía entender.

Es cierto que lo último que se podía escuchar en Stalingrado por toda la contaminación acústica que traía la guerra serían pasos, pero eso es justamente lo que Bliden más escuchó después de ese largo pero corto silencio. Unos pasos lentos y seguros, los cuales más bien se sentían como aquellos pasos que uno daría cuando camina en un día normal por las calles de Berlín. Unos pasos que no parecían ser dados por alguien que estaba en medio de una matanza en masas.

Sam el GrandeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora