La canción del Rey Blanco y La reina Negra

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La luz entraba por el ventanal del cuarto, iluminando así la figura durmiente que se hallaba en la cama. Con los primeros rayos de sol, el pelo rojizo de Lis se iluminaba como el fuego. Sus parpados se abrieron con pesar y un bostezo sonoro salió de su boca. Aún desubicada se sorprendió al ver que las puertas se abrían y su doncella pasaba apresurada por ellas. 


- Buenos días pequeña Lis. Hoy es el día tan ansiado ¿recuerda? 

- ¿Pequeña? Laura ya tengo 16 años, es hora de que me dejes de llamar así. -Sonrió a la mujer que en ese momento abría las cortinas llena de energía, esta le devolvió la sonrisa.

- Está bien, pero siempre será mi pequeña. Ahora apresúrese, tiene que prepararse para el viaje a casa de su madrina. 

- ¡Es verdad! ¡Llevo un año sin verla! No quepo en mi de la emoción. 


Lis fue a paso rápido hacia el armario, que abrió de par en par. Con ayuda de Laura escogió un vestido apropiado para la ocasión. La prenda era color beige, con un diseño simple para su época, sus zapatos iban a juego. Lis odiaba el corsé, era una chica rellenita y notaba cómo le oprimía hasta asfixiarla, pero no se atrevía a dejar a un lado las normas sociales y no llevarlo puesto. Con ayuda de Laura se puso el odiado corsé y el precioso vestido.


- Está encantadora. Su tía se va a sorprender en cuanto vea lo que ha crecido en un año. 


La sirvienta abrazó a la chica con cariño. Desde que la madre de Lis falleció cuando esta estaba en una temprana edad, Laura había ejercido de figura materna en su vida. Salieron del cuarto y bajaron las escaleras de la mansión, donde les esperaba impaciente el padre de Lis, Antonio Cosío. Sonrió al verlas llegar, su hija era su pequeño tesoro, todo lo que le quedaba de la mujer que un día amó mas que a su vida. El padre de Lis no era pelirrojo, eso lo había heredado de su madre, Antonio tenía el pelo marrón y los ojos verdes, un bigote bien cuidado adornaba su cara de bonachón, acorde a su personalidad. Las maletas les esperaban en el carruaje, era un largo camino que recorrer hasta la casa de la tía y madrina de Lis, Anjana, que se encontraba en la costa. 


- Tengo un regalo para mi pequeña, te ayudará a pasar las horas.

- ¡Padre! ¿También va a llamarme pequeña? Hace un momento le dije a Laura que ya soy adulta.-Antonio sonrió, Lis cada día se parecía más a su madre. Ignorando el tema le respondió.

- Es una caja rompecabezas que viene desde el mismísimo Japón, se llama himitsu-bako, un socio se ha encargado de conseguírmela y contiene algo que te va a gustar, pero es secreto.

- ¡No puedo esperar a abrirla! Vayamos ya al carruaje. 


Y así se despidieron de Laura y los demás criados, a los que encargaban el cuidado de la casa en su ausencia. Montaron en el carruaje y allí esperaba el regalo de Lis, una pequeña caja rectangular, que a pesar de su inteligencia no fue capaz de abrir en todo el camino. A cada intento su frustración crecía más y más, pero su padre se negó a ayudarla en el puzle que tenía entre manos. 

Ya al atardecer llegaron a su destino, la casa de la infancia de Antonio donde ahora vivía su hermana mayor Anjana. Estaban a 40 minutos de la playa más cercana y les encantaba pasar el verano allí, Lis se imaginó al día siguiente jugueteando con la espuma de mar entre sus pies y ya podía sentir la suave arena entre sus manos. Al entrar les esperaba en el recibidor su tía y algunos sirvientes. La pelirroja se fijó en una chica de no mucha más edad que ella, que le miraba con mala cara, ''nunca la había visto'' pensó. Decidió ignorarla y corrió a los brazos de su querida madrina. Anjana siempre olía a azahar, se cubría las marrones trenzas con las pequeñas flores del naranjo que había en su jardín, y ese olor le recordaba a ella estuviese donde estuviese. De pequeña hizo plantar un naranjo en el jardín de su mansión para recordar todos los días del año a su tía, a la que amaba con locura.

La profecía de las floresWhere stories live. Discover now