El paquete

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Cada trece de enero, a las trece horas, alguien toca la puerta, deja una hermética y pequeña caja con el nombre del destinatario.

Cuando eso pasa el elegido sabe que cuenta con trece horas para deshacerse del paquete. De no hacerlo le espera una muerte atroz, como la que sufrió el alcalde, hace dos años. Lo encontraron en el baño de su casa, ahogado en sus propias eses fecales. Vaya forma de morir. O de aquella famosa modelo que se burló en las redes, y dibujó en la caja un <Like> para sus subscriptores. Al día siguiente, su cabeza adornaba la portada de su Facebook, ¿cómo olvidar sus dedos introducidos en su boca?

Nadie sabe quién es el responsable de las cajas. No hay testigos que puedan esclarecer quién o quienes las dejan en las puertas. La policía ha investigado a cuánto lunático tiene registrado. Y a otro montón de desgraciados. Hasta el día de hoy sólo se conoce las consecuencias de ignorarla.

Lo que sé con certeza es que nadie más que las víctimas que sobrevivieron, saben con exactitud de su contenido. Pero ellos se niegan a hablar, intentan olvidarlo, continúan con sus vidas. Algunos se han mudado, desaparecido en países tercermundistas. Pero la gente, y los medios especulan; unos hablan de que se trata de animales mutilados, de manos de personas, otros dicen que son sólo objetos sin sentido. De basura. No olvidemos la época de las falsas cajas, de los patéticos, buenos para nada que solo buscaban llamar la atención, y ganarse sus cinco minutos de fama. La policía tuvo que intervenir y prohibir toda mención sobre la caja. Los medios de comunicación, bajo una multa exorbitante, fueron silenciados por un tiempo.

He estado investigando desde hace cinco años por mi cuenta, cada vez que creo tener un hilo del que jalar, me veo obstaculizado con una pared de corrupta burocracia. Aunque no me quejo, he hallado su metodología.

Y ahora estoy a nada de descubrir lo que hay en la que tengo entre las manos. Por si erro y llego a fallecer, lo dejo todo grabado en el teléfono. Sólo me angustia no poder despedirme de mi hija. Pero así lo he querido yo. Mis anhelos por descubrir al responsable o responsables de este macabro juego, son mucho más fuertes que la de preservarme con vida, para mi familia.

La caja es bastante liviana. Diría que no tiene nada. Ya veremos.

Adentro hay un papel con instrucciones.

¡Dios santo! No lo puedo creer, esto me supera.

Me ha llevado a mi antiguo departamento de soltero.

En la mesa me aguarda otra caja.

Acabo de abrirla, encontré un revolver cargado con solo una bala. Bolsas de basura. Un papel con una dirección. La fotografía del último destinatario, es decir, de la última víctima.

Me quedan dos horas para decidir mi destino. Una sola pregunta ronda en mí cabeza: ¿podré vivir con el peso de la muerte de ese individuo en mí consciencia?

 Una sola pregunta ronda en mí cabeza: ¿podré vivir con el peso de la muerte de ese individuo en mí consciencia?

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Tempus malumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora