I.

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Capítulo 1. 

        Examen de literatura inglesa y ya llegaba tarde. Corría desesperado por las frías calles del norte de Inglaterra. La mochila repiqueteaba sobre mi espalda, haciendo que me sintiese estúpido.

Faltaban tan solo dos minutos para que sonase la campana que daba comienzo a las clases y a mí aún me quedaban un par de manzanas. Con suerte llegaría antes de que mis pulmones dijesen basta.

Anoche me había quedado dormido sobre el escritorio de mi habitación, con la luz del flexo encendida. Cuando me desperté esta mañana gracias-por decirlo de alguna manera- al horripilante sonido de mi alarma, un cerco de babas había mojado las hojas de apuntes. Además, tenía una contractura en el cuello, aparte de una extraña línea irregular de bolígrafo azul en la mejilla derecha.

Pasé corriendo por las puertas exteriores del edificio y seguí al mismo ritmo mientras subía las escaleras principales y pasaba corriendo entre puertas de clases y taquillas. A lo lejos divisé a mi profesora, con un montón de folios en la mano y un bolso colgado del hombro. Entré con rapidez en clase antes de que ella siquiera se diese cuenta de quién era yo.

Me senté en mi asiento de siempre y dirigí mi mirada hacia uno de la fila de la izquierda, junto a la ventana. En el primer asiento, Jade, que por aquel entonces llevaba las puntas de su cabello teñidas de un pálido violeta, jugueteaba inquieta con su bolígrafo.

La profesora entró. Se dirigió a su mesa, depositó el maltrecho bolso que portaba año tras año sobre ésta y se dirigió hacia nosotros.

-Está bien, alumnos. Guardar los apuntes o cualquier cosa sospechosa. Comienza el examen.

Miré hacia el techo y pedí clemencia. Antes de bajar mi mirada hacia el examen que acababa de ser depositado sobre mi mesa, miré a Jade.

La gente solía tener amuletos. Ropa, collares, pulseras, anillos.

Yo tenía a Jade.   

 -Tío, creo que voy a repetir este curso.

-Venga, Samuel. Sólo ha sido un examen.

Me reuní con mis amigos a la salida de la clase de literatura. Sentía que la mano latía con fuerza, y no pensaba que fuese capaz de portar otro bolígrafo el resto del día. Samuel y Adam, mis dos mejores amigos, conversaban acerca del dichoso examen.

-No ha sido sólo uno. Van a ser todos. Se me da tan mal que creo que cuando tenga cuarenta años, seguiré teniendo pendiente esta maldita asignatura.

Adam y yo reímos. En ese mismo instante salió Jade, con su siempre apresurado paso, como si llegase tarde a algún sitio importante. Su mochila, también negra, colgaba sobre uno de sus hombros.

Aquel día llevaba una camiseta blanca, con el logotipo de un grupo que desconocía. Su chaqueta de cuero le acompañaba, aparte de unos vaqueros pitillos y unas zapatillas. Todo negro.

Pasó delante de nosotros con la vista al frente, sin dedicarnos tan siquiera una mirada, como si no estuviésemos allí. Y posiblemente para ella era así. Quizás para ella nadie tenía importancia.

-Algunas veces pienso que esta chica tiene algún problema de socialización-comentó Adam, a lo que Samuel asintió.

Fruncí el ceño y aparté la mirada de Jade.

-No tiene ningún problema. Simplemente, prefiere estar sola. Y no veo que hay de malo en ello.

-Tío, enserio, deja de defenderla. Ni siquiera entiendo por qué lo haces.

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