Capítulo uno: "Starshine y Midwood Street"

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  Pedaleo tranquilamente mientras mi amigo Fred me sigue el ritmo en su bicicleta. La calle se tiñe de una paleta de colores cálidos por las hojas que caen de los árboles, además del asfalto húmedo por la reciente lluvia nocturna, reflejando el cielo despejado que se observa sobre nuestras cabezas, por lo que los rayos solares iluminan con alegría el ambiente. Hay personas con ropas elegantes que caminan por la vereda y vehículos estacionados a un lado del cordón, con hojas de tonalidades naranjas y rojizas apoyadas sobre los parabrisas, en algunos casi cubriendo la totalidad del vidrio.
  En la esquina donde se da la intersección de las calles Capt. Collins St. y Cumberland St. , sobre uno de los cuatro pasos de cebra, nos espera nuestro amigo Tom.
  Nos saludamos con un apretón de manos breve y nos subimos a nuestras bicicletas sin perder tiempo, para así seguir nuestra trayectoria hacia el instituto.

— ¿Hiciste la tarea? —. Pregunta Tom a Fred.
— Sep, ¿Por? —. Responde el rubio frunciendo el ceño.
— Para que me la pases —. Espeta a lo obvio.
— Cuando lleguemos te la daré —. Dice con un tono cansado, acostumbrado a esa clase de pedidos.

  Llegamos al colegio y todo transcurrió normal, excepto porque Tom y Fred fueron regañados. Uno por no tener la tarea completa y el otro por ser cómplice de su irresponsabilidad. Yo, por otra parte, fui premiado con una pintoresca carita sonriente al haber entregado mis deberes en tiempo y forma, como también por estar bien hecha.

  En clase de educación física el pelinegro siempre es uno de los primeros que eligen para jugar al fútbol. Y con razón, ya que él es uno de los mejores jugadores dentro del equipo. Yo soy del promedio, los que escogen a la mitad por no querer tener a alguien peor jugando con ellos.
  El rubio es de los últimos, el menos agraciado atléticamente hablando. Por algún motivo siempre está la situación en la que Tom es casi prodigioso en algo y Fred básicamente no tiene ni la más mínima pizca de habilidad, o viceversa.

  De regreso a nuestros respectivos hogares, los tres tomamos el mismo camino, charlando y riendo antes de llegar a la mansión de los Smith. Una casona gigante en la esquina de las calles Starshine y Midwood St., Con la vegetación del patio delantero comparable con la de una jungla y una densa enredadera que cubre la totalidad del antiguo enrejado. Lo único que no estaba cubierto por la maleza era el portón principal, que tenía alguna que otra extensión de la enredadera a la vista además de una cinta policíaca.

— Algún día deberíamos entrar a ver si los mitos son reales —. Dice Tom con una pizca de emoción en sus ojos y una sonrisa traviesa dibujada en su rostro.

— ¿Para qué? — Pregunta Fred con el ceño fruncido — Nosotros no somos la pareja esa que cazan espíritus — Queda unos momentos pensativo. —¿Cómo se llamaban? Los...

— Warren —Acoto yo de inmediato, completando su frase. Soy fan de lo paranormal y sé casi todo sobre los casos que ellos resolvieron— Vamos, Fred —Intento animarlo— Seguramente lo que encontremos ahí dentro sea polvo, telas de araña y cosas viejas —. Le resto importancia. El rubio no es alguien conocido por su gran valentía, más bien todo lo contrario.

  El cielo comienza a teñirse de matices morados y azul oscuro, acompañados de estrellas que escoltan a la luna, asomando por el horizonte. Al llegar a casa dejo la bicicleta en la cochera, para seguido a esto entro a mi hogar. Soy recibido por los besos de mi madre, que tiene un aroma a estofado. Por mi izquierda observo a mi padre sentado en el sillón individual, en una esquina de la sala, leyendo un libro, iluminado por la luz de un velador. Me ve con aquella mirada cansada, arropada por las marcadas ojeras que porta, me saluda y sigue su lectura.
  La televisión está prendida pero en un volumen mínimo. Acerco mi mano diestra y giro la perilla para aumentar el sonido. Estaban dando las noticias.

«En el día de ayer, dos infantes de ocho y nueve años fueron vistos por última vez sobre Midwood Street. No se tienen más rastros de los niños y todos apuntan, incluso los padres de los menores, a que los espíritus de la casona Smith están involucrados»

— Oh... —. Murmuro por lo bajo. Ahora comprendo el por qué de la cinta policial en el portón. Además que, entre mis entrañas, aflora la curiosidad y necesidad de entrar en ese lugar a toda costa.

Mr. ButtonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora