Avanzaba a zancadas por la avenida.
Avanzaba lentamente, sin levantar la vista, notando cómo la gente iba de lado a lado sin rumbo fijo.
Avanzaba por la acera, sin parar, sin pensar.
Avancé hasta que llegué a un banco y me pareció bien entrar.
Avancé por las escaleras de mármol hasta llegar a la puerta de cristal y me pareció bien pasar.
Era grande, enorme, gigante, pero nadie se percató de ello. Iban demasiado ocupados en andar de un sitio a otro dando empujones para llegar a ninguna parte.Nadie se percató de mi hasta que saqué la pistola y disparando al techo grité a todo pulmón que todo el mundo se echará al suelo.
Lástima que no llegara a acabar la frase y las últimas palabras las escupiera.
Caí al suelo de rodillas, y de mi espalda empezó a brotar la sangre.
Un policía se apresuró a esposarme por si el disparo no había sido mortal.- ¿Por qué lo has hecho?- me susurró.
- No lo sé- respondí -. Supongo que tan sólo quería sentir algo.
Y mientras me quedaba inconsciente, en el banco cundió el pánico.
Al parecer de eso sí se percataron.