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El día en el conocí se veía desastrosa, o eso creía el resto, o eso creía ella, bueno, ella lo creía casi todo el tiempo. Pese a que cautivaba con tan solo estar parada ahí. Nunca entendí por que nadie pudo ver aquella belleza tan pura y única que en ella existía, y supongo que nunca lo haré.

– ¿me puedo sentar?. – le pregunte cuando llegue al café cerca de mi facultad. Ella me miro como quien mira a un loco, aunque ella se veía aún más sospechosa con el pelo ligeramente amarrado en un moño con una apariencia que daba la impresión que hace semanas, no, meses no lo lavaba, con un suéter grande que le cubría p hasta toda la mano, pese a que estábamos en pleno verano y a duras penas había logrado llevar un vestido de tirantes anchos.
Seguí parada ahí viéndole esperando a que dejara de evalúarme y me diera una respuesta, deseando y rogando a todo lo que se podía creer que fuera una afirmativa. Cuando llego de nuevo a mi rostro, después de pasar desde mis pies hasta llegar a mis hombros, aún sintiendo que caería en bruces si no me sentaba en ese momento, le sonreí.

– Puede sentarse. Yo ya me iba. – soltó y se levantó lista para irse dejándome estática con una catástrofe haciendo génesis en todo mi ser con cada melodiosa palabra que salió de sus labios que hasta ese momento me atrapo. La detuve para decirle que se quedara para rogarle si era posible que no se fuera, le tome de la mano y mi ser echo chispas, no se si mías o de ellas, pero al tocar sus dedos la electricidad corrió tan deprisa por mi sistema que me dejo en vértigo por tal vez no tanto tiempo pero lo suficiente para que ella concluyera que realmente estaba loca y saliera casi corriendo de mi alcance.

Esa fue la primera vez que la vi, la primera vez que realmente sentí que vivir tenia un poco de sentido.  

La chica del sueterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora