Capítulo 1: Pájaro de mal agüero

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Se celebraba la Gala Primaveral el 21 de marzo por el inicio de la primavera. Aquella vez cayó en Lunes. En mitad de la celebración sucedió algo espantoso, pero para poder llegar hasta esa parte de la historia empezaremos desde el principio del día.

Desperté aturdido a las 7 de la mañana sabiendo que llegaría tarde a la reunión de hoy. No sabía ni donde estaba, hasta que me ubiqué. «Qué porras ha pasado...» pensé. Cuándo quise darme cuenta ya casi eran las ocho de la mañana. A regañadientes me puse el traje, la corbata, peiné mi pelo hasta que dejé de tener la melena de un león adulto; y descuidé mi desaliñada barba.

Para este punto cualquiera que me viera con las pintas que normalmente suelo llevar se pensaría que soy un descuidado. Normalmente llevo mi pelo negro despeinado y como lo llevo medianamente largo, mi "look" es más bien salvaje y desenfadado. Y... eso de afeitarse bien es un barco que ya zarpó.

Me acerqué a la entrada y guardé en el bolsillo las llaves y la cartera, finalmente cogí mi placa y salí por la puerta. Como siempre fui caminando al trabajo, ya que vivo cerca de la comisaria. Mientras iba caminando a mi mente venían recuerdos lejanos, recuerdos que enterraba muy hondo. En ese instante, con la mano apreté el collar en forma de rosa perteneciente a mi desaparecida hermana, Sylvia. Lo apreté con pesar y culpa.

Trato de forzarme a no recordarla. Siempre he pensado que fue mi culpa lo que pasó aquel día... Cuándo se suavizó un poco el dolor punzante que sentía en mi corazón empecé a hacer memoria y quedé perdido en una escena familiar mientras me acercaba al trabajo.

Tenía 15 años por aquél entonces. Estaba en una época rebelde y no solía ir a las clases, creía que siendo así eludiría la responsabilidad que yo tenía con mi hogar. Mi madre estaba enferma, no de un virus, pero estaba mal de los ojos, sentía tanto dolor que por unos instantes enloqueció. Recuerdo sus ojos esmeraldas cómo si fueran ayer... cabe decir que tanto Sylvia cómo yo tenemos ese color de ojos.

Fue uno de esos raros días en los que no estaba haciendo el gamberro por allí. ¿Por qué? Fácil, esa semana estuve preparando un collar para mi hermana, ese collar que a día de hoy llevo. Collar que sólo pudo llevar ese día. Caminábamos por el parque... ella iba cogida de mi mano, hablábamos de trivialidades, o eso yo creía por aquél entonces.

– Me dijiste que no volverías a venir herido... - dijo mi hermana preocupada al ver la heridas que llevaba en la mejilla.

– Sabes que no lo pude evitar... Sylvia, a la que menos quiero herir es a ti... - fue la única respuesta que le pude dar.

– Prométeme que no harás cosas malas hermanito... - ella rompió a llorar por la preocupación que sentía.

Ante ese llanto lo único que pude hacer fue prometer que dejaría de hacerla preocupar. En ese momento no iba en serio, claro está. Sólo quería verla sonreír. Y eso mismo ella hizo. Cada vez que Sylvia sonreía sentía que yo volvía a estar en paz con el mundo, lastima que esa vez fue la última.

Ya iba oscureciendo y tras toda una tarde de jugar con mi hermana en el parque decidimos volver a casa, sabía que mi padre me reñiría nada más llegar... pero poco me importaba. Unas luces sospechosas se encendieron detrás nuestra, fui un idiota. No pensé que algo malo iba a pasar.

Del parque a nuestra casa había un largo camino a menos que fueras por un descampado, ese día elegí descampado. Todo se empezó a torcer en ese instante, a la más mínima señal de peligro iba a usarlo, ese fatídico don con el que nací.

Pasos. Oí pasos, en esa fracción de segundo mi mundo se tornó más lento y mis sentidos se agudizaron. Con pelos cómo escarpias aligeré el paso, veía que avanzaba lento, aunque Sylvia se quejaba de que iba demasiado rápido. Terminé cargándola en brazos.

God Eyes Detective | PREVIEW |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora