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Pequeñas gotas de sudor caían casi en forma de cascada sobre la pálida piel de Ana. Hacían unos 30º grados en Buenos Aires en esa calurosa mañana de Noviembre. El aire acondicionado de la oficina en la cual transcurriría la importante reunión laboral no funcionaba. Los cinco empleados presentes pensaban para sí mismos en demandar al dueño del edificio por dejar que con semejante calor se diera el lujo de no llamar a un electricista para que solucione el problema.

Pero Ana no pensaba exactamente en el electricista ni en el roto aire.

Sus ojos estaban muy ocupados mirándole las largas y delgadas piernas a su jefa Norma. La pobre chica no podía concentrarse mucho en los informes de la empresa teniendo en frente a semejante perfección de la creación. El calor que Ana sentía no era producto necesariamente de la elevada temperatura del ambiente, si no de ese fuego que ardía en su interior y parecía no cesar.

No, tenía que parar esto.

Bajó la mirada a sus papeles desordenados, molestándose por no haberles dado atención y no haberlos ordenado. Quería levantarse e irse inmediatamente de esa tediosa reunión a despejarse un poco, pero no era posible.

-Y bien señores, ¿que dicen?

La voz de Norma apurando en cierto modo a los empleados de la nueva empresa que trabajaría con la suya se apodero del tenso momento. Ese día, la jefa lucia una elegante pollera negra ajustada, que no dejaba nada a la imaginación de nadie que mirase un poco más arriba de sus rodillas.

Otra vez Ana luchaba por apagar su fuego interno.

Norma, luego de pasar un largo rato parada hablando, decidió sentarse, dándole un respiro a su caliente empleada. Pero esta acción no hizo más que empeorar (o mejorar, depende de como se tome) la situación para Ana. Inevitablemente, al cruzar una de sus piernas sobre la otra, un poco de la delicada ropa interior rosa de la sensual jefa se dejó ver.

Esto fué el colmo para Ana. El fuego que sentía dentro se había convertido en un incendio monumental en sólo cuestión de un abrir y cerrar de piernas. Más gotas de sudor emanaban del sediento cuerpo de la empleada. Tragó saliva y sin intención, claro, mordió duramente su labios. Y para peor desgracia de Ana, su adorable jefa lo había notado.

Ana quería enterrarse bajo tierra en ese mismo instante en el cual Norma la miró curiosa. Sólo quería desaparecer de ese mundo y aparecer en su casa, tomando algo fresco y mirando televisión.

"Lo pensaremos en la semana, y por supuesto recibirán una pronta respuesta. Muchas gracias."

Oh,  que gran sensación de tranquilidad sintió nuestra excitada joven al saber que esa maldita reunión había llegado a su fin. Respiró aliviada. Los restos del incómodo incendio dentro suyo casi que querían apagarse de una vez.

Pero pareciera ser que la vida no tenía una mínima intención de dejarla en paz. Norma, luego de que los ejecutivos se retiraran conformes, se agachó a la altura de la silla donde se encontraba sentada Ana, y susurrándole al oído, le dijo:

"He visto como me mirabas, Ana."

Cada mísero pedazo de piel del cuerpo de la jóven se erizó al oír esas palabras. La notable cercanía de esa deseable boca con su oreja le hacia poner loca. Sentir el aliento caliente chocando contra su acalorado cuello fué desgarrador.

Inevitablemente las cenizas ardieron en llamas otra vez, quemado cada órgano su débil cuerpo.

La mano traviesa de Norma se metió sin permiso alguno dentro de la camisa blanca de Ana.

"Srita Spinell, su comportamiento inadecuado deberá ser castigado inmediatamente."

Ana no resistió un pequeño gemido al oír a su jefa llamarla por su apellido. Lo pronunciaba tan sexy que hasta le hacía creer que era bonito. La acalorada joven se levantó exaltada de su asiento, dándo unos pasos nerviosos hacia la salida. Norma no permitió esto. La tomó de la mano fuertemente y la dirigió torpemente hacia el baño de la oficina.

En el preciso momento en el que la cerradura de la puerta se cerró, Ana supo que ese era definitivamente su  día de suerte.

Los labios de las dos jóvenes hambrientas de pasión se unieron en un encuentro desesperado. Con cuanta fuerza las lenguas peleaban. Los traviesos labios de Ana bajaron al cuello de la otra, dejando un camino de saliva que pronto se secaría por el calor que emitían los dos cuerpos en acción. Con una mano, Norma acariciaba el suave cabello de Ana, y con la otra la acariciaba por encima de su pantalón negro. Ana, por su parte, mantenía ocupadas a sus manos tratando de desabrocharle el corpiño a su jefa, pero al estar tan eufórica, le costo un tiempo. La importante diferencia de estatura entre ámbas mujeres le permitía a Ana quedar justo a la altura de los senos de Norma. Ésta los recorrió con su lengua, causándole a Norma escalofríos. Norma miró de reojo el reloj de su muñeca, viendo que quedaban solo cinco minutos para su próxima reunión.

-Lamento informarle, srita Spinell, que deberemos dejar estos asuntos para más tarde, ya que tengo una reunión importante en cinco minutos. La espero en mi oficina a la una en punto.

La joven jefa se acomodó la ropa y un poco agitada, abrió la puerta del baño que acababa de ser testigo de un acalorado encuentro inconcluso. Ana se quejó para sí misma, pero esperaría paciente esa larga hora para cumplir con el trabajo que su querida jefa le ordenó. Las dos salieron como si nada hubiera pasado en ese sanitario. Pero claro, el secreto se lo llevaban sus ropas interiores húmedas.

En un abrir y cerrar de piernas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora