El viento soplaba fuerte detrás de la ventana, se oía su canto incesante a través del cristal.
El atardecer estaba próximo a llegar y el horizonte se iba anaranjando.
Elisa miraba el paisaje con las manos aún mojadas, la llave del grifo abierta, dejaba correr el agua, cual cascada. Estaba helada. "El agua muerde".
Sergio llegaría pronto; había que darse prisa. Enjuagó el último plato que quedaba y lo dejó secar a un lado. Cerró el grifo y se secó las manos con un trapo opacado por la mugre.
Sirvió la cena, arroz con lentejas... "moros con cristianos" y un vaso con agua de "viejas" sin endulzar.
Lo colocó todo sobre la mesa y esperó. Afuera todo parecía tan plácido, tan calmado, como inexistente.
Se imaginó que pasaría si huía. Qué pasaría si abandonaba todo y corría lejos. Si se contaba a la policía, para que, nadie le creería. Pensarían que está loca, que está vieja y enferma. Le dirían que le carcome la mente el no tener hijos. Que una mujer se torna desordenada, desubicada, desequilibrada al dejar de menstruar.
Pero qué pensarían si confesara que sí estuvo a punto de parir a una criatura. Que el niño murió en el parto. Qué dirían si se enteraran de lo que Sergio hace, de lo que le obligó a hacer. ¿La salvarían, o la condenarían también?
¿La encerrarían hasta su muerte, la aislarían, la torturarían, la violarían, la asesinarían?
La puerta se abrió de golpe. Una figura masculina se materializó en contraste con el naranja - rojizo del cielo a sus espaldas.
Al cerrar la puerta, y sin decir nada, Sergio se sentó ante una mesa vieja con un plato miserable de comida y un vaso con aguas de viejas.
Comió como un hombre ansioso, mascullando cada bocado como un cerdo hambriento. Bebió la efusión de un sorbo.
Cuando lo vio, Elisa se lamentó por no verter veneno para ratas cuando tuvo la oportunidad. "Bueno, la próxima, tal vez".
Se sentó frente a él. Sergio no la miraba, ni siquiera parecía que se había percatado de su presencia.
Comió hasta dejar el plato vacío y por primera vez, desde que llegó, se dirigió a ella, pero sin verla realmente.
- ¿Ya comió? - Su voz ronca emitió secas palabras, casi inentendibles, pero Elisa comprendió.
- No
- ¿Qué esperas?
Se levantó empujando la silla hacia atrás y se marchó a la habitación.
Elisa tomó la vajilla y sin enjuagar (no era realmente necesario), sirvió más arroz y vertió más líquido en el vaso y así, salió de la casa sin cerrar la puerta.
Caminó en la oscuridad, cuando el sol se había marchado y se dirigió a una caseta cercana. La puerta estaba cerrada con aldaba y bloqueada por un enorme bloque de madera.
Elisa dejó la comida sobre el suelo y con esfuerzo movió el bloque. Jaló la aldaba y abrió la puerta.
El interior apestaba a humedad y a encierro, además de orines y excremento.
Se sintió un nudo en la garganta y se obligó a tragar saliva pesadamente.
Tomó la comida y se adentró en la caseta.
Dentro, una jaula de metal albergaba a un ser tímido. Gruñía lamentándose desde el fondo, mirando a Elisa como una presa miraría acercarse a su depredador.
Por un instante, Elisa sintió compasión, pero sabía que eso no la salvaría. Ni a ella, ni a ese ser.
Dejó la comida en el suelo y la acercó a la jaula.
La criatura no se atrevió a acercarse y Elisa lo entendió de inmediato, casi como si hubiese leído su mente.
Se dio media vuelta y esperó.
Escuchó a sus espaldas que la bestia se arrastraba y engullía su comida desesperada.
Creyó escuchar un eructo, pero no estaba segura.
De pronto, el plato y el vaso salieron volando y cayeron junto a ella. Sin girarse tomó la vajilla y salió de la caseta brevemente sin vacilar.
Volvió a aldabar la puerta y a bloquearla y con la vajilla en su mano, sintiendo una corriente fría por la espina, corrió a la casa. Cerró la puerta, empujándola con un pie y dejó los platos en el lavabo. "Los lavaré después"-
Escuchó pasos detrás de sí y sin regresar, sabía que era Sergio.
- No esperes despierta - advirtió.
"Ni soñarlo".
Sergio salió nuevamente. Elisa por fin giró sobre sí y se dispuso a ir a la cama.
Entró en la habitación y se acostó sin siquiera cambiar su ropa.
Y ahí se quedó, mirando la oscuridad, temblando. Escuchando los gritos desesperados de la "cosa" en la caseta.
Trató de concentrarse en su respiración. Fue agonizante, grotesco, casi vomitivo oír los ruegos guturales, los gruñidos de horror y de dolor. Imaginar la sangre, hacía que le palpitara el pulso en las cienes.
Se cubrió entera con las cobijas y escuchando el último chillido, se quedó dormida.
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Cuentos para antes de dormir
Mystery / ThrillerCuentos para antes de dormir recopila historias basadas en sueños reales de una persona real.